Una brisa cálida recorría la ciudad. El aire era denso, pesado, sofocante. Al mirar los suburbios desde lo alto, no parecería que estuviesen en pleno verano: todas las casas eran de uno u otro tono de gris, las lámparas escupían tristes haces de luz en calles descuidadas, bordeadas con autos viejos, y la gente permanecía o metida en sus madrigueras o buscando olvidarse de los problemas en algún bar, cantina, o en el casino. No había fiestas, ni colores vibrantes, ni jóvenes emocionados buscando fiestas.
Apoyado sobre el balcón frente a la puerta de su apartamento de tercer nivel, un hombre exhaló de nuevo. El humo de su cigarrillo se elevó rápidamente, ascendiendo hacia el techo del pasillo mientras se desvanecía. El hombre lo observó, luego miró hacia abajo, hacia el estacionamiento tres pisos más abajo, y suspiró. Parecía que no habría movimiento esa noche. Luego de una última calada, el hombre apagó su cigarrillo en el barandal y suspiró de nuevo. Volteó hacia abajo para lanzar la colilla sobre algún auto de sus vecinos, solo por diversión, y vio algo que no estaba allí hace un segundo. Una persona.
El hombre se ajustó las gafas que llevaba puestas. Miró fijamente a la figura que se acercaba con movimientos pesados, y le costó un poco identificar que llevaba algo en los brazos. Su primera idea fue que era un cadáver. Su segunda idea fue que era demasiado tarde, o demasiado temprano, como para lidiar con ese tipo de cosas.
Se dio la vuelta para regresar a su apartamento cuanto antes, pero un "¡Hey! ¡Tú!" lo detuvo. El hombre cerró sus ojos, consciente de que quien fuese que estuviese abajo lo había visto, y, una vez más, suspiró. No debería haber salido a fumar. Se había hecho esperanzas de dormir temprano, y ahora tendría que aplazar el plan indefinidamente. El hombre, vestido en ropa informal y con una bata blanca encima, hundió una mano en su bolsillo mientras se rascaba la barba con la otra.
—¡Tú! —la voz de abajo repitió. El hombre no volteó—. ¡¿Eres el tipo de la clínica?!
El hombre bajó la vista hacia su bata, como si hubiese olvidado que la llevaba puesta. En una noche cualquiera, esa bata sería una señal para sus clientes, y ahora parecía haber jugado en su contra. No serviría de mucho decir que no. La figura no se le había hecho conocida, y la voz mucho menos.
—¿Quién quiere saber? —preguntó, volteando finalmente. La figura de abajo se había acercado hasta la línea de autos que se encontraba justo frente a la entrada al edificio, y estaba balanceando el bulto en sus brazos para poder apuntar hacia arriba con una pistola—. Ah, mierda.
—Necesito un sí o un no —el de abajo, un chico más joven de los que el hombre acostumbraba a recibir, gruñó—. ¿Eres el de la clínica? ¿Eres un médico?
El chico gritaba demasiado, y tenía una cantidad preocupante de sangre encima. El hombre hurgó en sus bolsillos, pero había salido al pasillo sin su móvil y sin su propia arma. La mayoría de mocosos que deambulaban las calles a esa hora no traían nada bueno consigo, por lo que pensó que sería conveniente hacerlos subir para encargarse de ellos en el apartamento. No le gustaban ese tipo de problemas, pero peor era que este chico despertase a todos los vecinos, o impulsase a uno de los viejos seniles en el primer nivel a llamar a la policía.
—Es una clínica, no una morgue —el hombre respondió, señalando la puerta a sus espaldas. Su comentario hizo enfurecer al chico, quien dio un resoplido y echó a correr hacia las escaleras.
El hombre gruñó. Antes de entrar a su apartamento dio un vistazo hacia la calle, buscando señales de alguien que persiguiese a este fugitivo, pero solo escuchó el silencio de la madrugada. Ni siquiera los perros ladraban. En un movimiento aletargado, el hombre volteó hacia su puerta y la abrió, entrando con la intención de buscar algo con qué defenderse. Antes de lo que había previsto, los pasos del chico avanzaron por su pasillo, y cuando volteó hacia la puerta de nuevo, lo encontró ahí frente a él.
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Escrito en el Asfalto
Teen FictionLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...