X (Parte 3) - Sobre Trampas de Alta Sociedad

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Dominic estaba de pie en el lobby, entre un pequeño grupo de personas. Mantenía la frente en alto, los brazos relajados a sus costados, la espalda erguida, y los punzantes ojos azules fijos en los escalones que bajaban de las oficinas en niveles superiores.

Las personas cuchicheaban entre sí; discutían la vida y obra de un tal señor Baum, cómo su abuelo había iniciado el negocio hacía años, lo maravillosa que era su esposa para la opinión popular, las cenas benéficas que había atendido últimamente. Dominic escuchó fingiendo desinterés, pero en su mente una sola cosa era segura: Ese Baum había emergido sin anuncio alguno, desde el otro lado del país, y su llegada a Vertfort no hacía más que sembrar dudas en la cabeza del mayordomo.

—Oh, parece que ahí viene —dijo un tipo regordete al frente del grupo. Unos pasos empezaron a llegar en eco desde el bloque de escalones, y todos lucharon por adelantarse para lograr tener el primer vistazo de Baum. Dominic, un gigante, apenas tuvo que subir un poco la barbilla. Ante sus ojos, la figura que todos esperaban entró en el lobby con la actitud más despreocupada del planeta.

—¡Señor, señor! —gritaron todos en coro, acorralando al tipo como hormigas sobre un trozo de comida. Lo asaltaron con preguntas acerca de su viaje, de su estadía, referencias antiquísimas sobre los colegas mutuos que sus padres habían tenido hacía décadas. Baum asentía, sonreía, y hacía caso omiso de cada comentario como todo un profesional.

Dominic no se inmutó. Esperó pacientemente y al final fue Baum quien reparó en él y se acercó casi de inmediato.

—¿Dominic Neumann?

El mayordomo asintió. —Señor Baum. Sylvester Melville me envió para brindarle transporte.

El tipo en cuestión debía tener más de cincuenta años. Se mantenía en forma, y toda su cabellera era de un gris brillante, casi plateado. Dominic también podía ver en su rostro que era un mentiroso de primera, un desalmado; justo el tipo con quien Fester se llevaba bien de entrada.

—Ah, sí; Fester mencionó que habría una torre esperándome cuando estuviera listo. ¿Nos marchamos?

Dominic asintió de nuevo. Se excusó para ir por el auto y traerlo frente al edificio. Baum subió tranquilamente al asiento trasero antes que Dominic le abriera la puerta, y una vez dentro inmediatamente fue al mini-bar que había entre el asiento del conductor y los asientos de atrás. El mayordomo apenas lo vio de reojo antes de enfocarse únicamente en el camino.

Llevaba la mini-limosina que Fester reservaba para las ocasiones importantes. Dominic había pasado buena parte de la última semana conduciéndola, y Fester le había asegurado que eso duraría por un buen tiempo. Las palabras del magnate se escuchaban ominosas para él, pero no había manera de mostrar su desacuerdo. Solo podía asentir e ir a esperar a los tipos que se iban uniendo a la red de veneno de Melville.

La primera parte del viaje transcurrió en silencio. Una vez Baum se sintió a gusto y el calor del vino le llegó a la mente, soltó la lengua. Empezó a quejarse a diestra y siniestra del pésimo servicio que había recibido en la aerolínea, enlistó las cualidades que un asiento en primera clase debería tener, a su criterio, y luego empezó a reír. Dominic aceleró un poco más para que el suplicio terminara pronto.

Baum estalló en risas una segunda vez cuando Dominic detuvo el auto.

—Señor, hemos llegado —anunció, y bajó para abrirle la puerta. Esta vez Baum esperó a que lo hiciera, y se incorporó de pie con un suspiro y una sonrisa engreída en el rostro.

—Oh, Neumann —dijo, dándole unas palmadas en el hombro al mayordomo—. Soy una molestia, ¿cierto? Ah, pero no te preocupes. Estoy seguro que dentro de poco podré tener mi propio helicóptero, y entonces volaré de azotea en azotea haciendo negocios. Ya lo verás.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora