La basura empezaba a apilarse en una esquina. Ya no había lugar para los platos sucios ni en el lavabo ni sobre la encimera, y la ropa sucia se había acumulado en el piso, entre trapos viejos llenos de grasa y aceite de auto. Esa mañana, Douglas Boone tropezó con una camisa y soltó una maldición mientras pateaba la prenda a un lado. ¿Desde cuándo no se hacía ningún tipo de limpieza en esa inmundicia de casa?
Una vez vestido para trabajar, Douglas salió a su taller improvisado en el patio trasero y se percató de la hora. Era media tarde, el sol de la primavera tardía quemando sobre la tierra, reflejándose violentamente sobre los pequeños trozos de pintura en buen estado sobre el capó del auto en el que estaba trabajando. Otro día más estaba a punto de encaminarse a su final, como si nada.
Luego de unas horas de trabajo, Douglas regresó al interior de la casa casa. Bebió una cerveza en pocos tragos y dejó la botella apilada junto con varias otras en una esquina de la mesa. Pensó en salir de nuevo, para darle los toques finales al auto, pero se detuvo frente a los escalones. Douglas abrió y cerró las manos y subió, tomando desde ya el aliento necesario. Avanzó hasta estar frente a la puerta de la habitación del engendro ese, Scott.
—Abre la maldita puerta —gruñó, aunque no tenía la más mínima intención de esperar una respuesta. Puso una mano sobre la perilla y tomó impulso antes de embestir la puerta con todo su peso. Sin embargo, esta no cedió—. Maldito mocoso de mierda —dijo entre dientes, y bajó de nuevo en busca de sus herramientas.
Cuando regresó, sostenía en mano una llave de cruz. Sin mayor sutileza, se dio a la tarea de golpear el cerrojo hasta que la madera alrededor se resquebrajó, y un par de patadas después logró invadir la habitación. Estaba vacía, pero Douglas lo había supuesto desde un principio. Simplemente tenía que asegurarse.
Las cosas de Scott estaban... ahí, nada más. A Douglas nunca le había importado entrar a esa estancia, por lo que no sabía si había algo que debería llamarle la atención. Examinó la mesa de noche, un pequeño mueble en una esquina, pero no había nada particularmente extraño. Buscó dinero entre las gavetas, sin éxito. Parecía que no se había llevado mucho, Douglas no estaba seguro. Siendo honesto, poco le importaba.
Se dejó caer sentado sobre la cama y suspiró. Aún tenía la llave de cruz en las manos, y parte de él estaba decepcionada por no haber llegado a usarla. No había suficiente alcohol en su sistema como para decir que la embriaguez lo irritaba; solo había un flujo continuo de ira, pura y abundante, el tipo de emoción que se expresaba en el cuerpo, en sus manos sosteniendo la herramienta firmemente, preparadas para soltar un golpe tan pronto se presentase la ocasión.
La puerta a un par de metros se movió lentamente hasta casi cerrarse. Douglas notó que su embestida había torcido las bisagras, y eso le molestó. Al alzar la mirada, sus ojos chocaron con un par de fotografías pegadas tras la puerta, entre otras cosas de la escuela, suéteres y demás. No necesitaba ponerse de pie y acercarse para reconocer los rostros en las imágenes. En meros segundos, su ira se triplicó.
—Cierto —dijo para sí mismo, saliendo de la habitación rumbo a la suya—. Lo había olvidado.
Pensó en irse tal y como estaba, pero no sería mala idea ducharse primero. Luego de cuatro minutos en el baño, Douglas estaba ya vistiéndose, una mueca complacida en sus labios, como si ya estuviese disfrutando la libertad que su hijo le había brindado al huir, y lo que estaba a punto de hacer.
Tomó las llaves de su camioneta y subió al asiento del conductor, repasando mentalmente la dirección de su destino. A pesar del paso del tiempo, no podía olvidarla. Las calles de Lower Morland a esa hora de la tarde estaban cargadas de personas que acababan de dejar las cajas de fósforos que llamaban oficinas, y el murmullo de las multitudes acalló el sonido del motor mientras aceleraba hacia Decker's Carwash.
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Escrito en el Asfalto
Novela JuvenilLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...