VI (Parte 3) - Sobre Nubes de Tormenta

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Meseros caminaron de un lado al otro, balanceando bandejas plateadas en una mano, deslizándose con destreza entre el laberinto de mesas cubiertas en largos manteles blancos. Los comensales del restaurante, todos vestidos en sus mejores atuendos, charlaban animadamente unos con otros y hacían sonar las copas de vino al hacer sus brindis. Dean Strutt, con un traje de alto ejecutivo, avanzó por un pasillo hasta el fondo del restaurante escoltado por una mesera. La ojeó de arriba abajo y ella se esforzó por ignorarlo.

La mujer empujó una puerta sobre la cual un pequeño letrero leía "Ejecutivos". La mantuvo abierta para que Strutt pasara.

—Por favor, Señor Strutt.

Él sonrió. —Gracias, querida.

Strutt llegó hasta la mesa, ya ocupada por otro hombre con gafas ataviado de manera similar a la suya, y haló la silla del otro lado. El hombre alzó la mirada del menú y se puso de pie para saludar al otro comensal.

—Señor Strutt —dijo, con una sonrisa de negocios.

El otro asintió. —Señor Norwood. Siento la tardanza.

Ambos retomaron sus asientos. La mujer de antes le llevó un menú a Strutt y se mantuvo fuera de las puertas a la espera de las órdenes. Ambos hombres intercambiaron breves comentarios sobre la familia, los amigos, el tráfico para llegar al restaurante y recomendaciones de platos. Ordenaron, les llevaron un vino, y una vez servidas las copas pudieron entrar en el corazón del asunto, la razón de su reunión: los negocios.

Por lo menos esa era la excusa que daban al reservar esa mesa en particular. En realidad, si alguien se mantuviera dentro de la habitación lo suficiente como para acarrear el hilo de la conversación, se daría cuenta en menos de un minuto que los tipos charlaban más como reporteros de la farándula. Lanzaron nombres al aire y los criticaron sin piedad, soltando risas sonoras mientras lo hacían. De vez en cuando mencionaban un trato, alguna cifra, u otro dato realmente significativo, solo para restarle importancia luego con otra broma de mal gusto.

Poco más de una hora después habían arrasado con dos botella de vino y todos los platos fuertes. Abrieron otra botella y esperaban el postre cuando finalmente la conversación tomó un poco más de seriedad.

—¿Y bien? —preguntó Norwood, admirando el reflejo de las luces sobre la copa que sostenía en sus manos—. ¿Le enviaste algo?

Strutt asintió orgullosamente. —Oh, sí que lo hice. Especialmente luego del pequeño discurso de ese metiche, Memphis. Me pareció apropiado enviarle un lechón al hijo del mayor cerdo que hemos tenido la desgracia de conocer.

Norwood soltó un silbido de admiración. —Elegante.

Llegó el postre y pausaron la charla para atacar los varios platos con elegantes porciones de pasteles que habían sido puestos frente a ellos. Strutt iba por la tercera porción cuando Norwood se acomodó las gafas y giró la pequeña cucharilla entre sus largos dedos como si de repente todo el asunto lo aburriese en sobremanera. Strutt alzó la mirada sorprendida, pero el otro hombre no parecía estar molesto en lo más mínimo. Sonreía con cortesía y se aclaró la garganta.

—Pronto podremos empezar con el papeleo formal, Strutt. Espero que tengas la paciencia para llegar a esa fase. Lo has hecho muy bien hasta ahora.

Strutt se limpió los labios con la servilleta. —Ah, por supuesto. Dije desde el principio que contaran conmigo, sin importar la tardanza—miró a Norwood con severidad, para asegurarse que captara su punto—. Después de todo, jamás desaprovecharía una oportunidad para hacerle mal a Fester Melville.

Norwood bufó. —Si me dieran una moneda cada vez que escucho a alguien decir eso...

El apetito había desaparecido. Strutt apartó los platos antes de animarse a volver a hablar. —Solo por curiosidad... No ha habido contratiempos, ¿cierto? ¿Sigue siendo la fecha planeada originalmente?

—Claro, claro —Norwood se quitó las gafas y las limpió con la esquina de su chaqueta—. Es algo muy significativo para nosotros. ¿Te preocupa aburrirte antes de que llegue el momento?

Strutt no dijo nada.

—No hay nada que temer, señor Strutt. Varias piezas entrarán en juego. Será como una orquesta, con instrumentos incorporándose poco a poco, hasta que todos suenen a un solo ritmo. Nuestro ritmo.

Pidieron la cuenta. Esperaron que la mujer regresara con los recibos en silencio. Norwood parecía divertido por el nerviosismo que Strutt había intentado esconder, pero que el alcohol había hecho aparecer de nuevo.

—A Melville no le importa mucho el chico y dudo se haya dado cuenta, pero probablemente sea mejor dejar de hacer negocios con él —comentó.

—No lo niego. Podría jurar que el tipo ese, Memphis, sí que se ha dado cuenta. Odio verlo aparecer en las reuniones. Melville le da carta blanca para que dirija la plática, y es un imbécil enervante. Apuesto que Melville lo pondría a él como heredero si no estuviese tan empecinado en mantener su crianza como un secreto.

Norwood se encogió de hombros y escondió una sonrisa. —Oh, eso también lo he escuchado antes. Más de alguno piensa lo mismo... —negó con la cabeza—. Pero Olivia jamás lo permitiría.

—Ah, el pequeño detalle.

—Una farsa bloqueando a otra.

—Escuché que partió a Italia hace poco.

—¿Oh? Bueno, no me extraña. Ya ni siquiera se bromea con un tercer hijo. Me sorprende que no se hayan divorciado.

—Dudo que Melville recuerde que siguen casados.

Rieron por un rato. Luego de obtener sus recibos compartieron un apretón de manos y salieron hacia el vestíbulo. Se despidieron y cada quien fue escoltado hasta su propio vehículo.

En su limusina, Norwood estuvo muy pensativo. Por un momento creyó que Strutt sabía demasiado, aunque él mismo zanjó el tema antes de revelar sus cartas. Norwood también empezaba a perder un poco la paciencia, pero no tenía derecho alguno a quejarse. No había mentido; en verdad pronto las cosas comenzarían a andar, y la caída de Fester Melville sería la más dulce melodía que sus oídos jamás escucharían. Sonrió solo con pensarlo.




Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora