XVII (Parte 4) - Sobre un Juego de Farsas

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Era un nuevo fin de semana, y una nueva noche de verano ajetreada en Mordred Bar and Lounge. Los empleados temporales de Jens iban y venían a ritmo apresurado sobre todo el piso, y apenas habían servido una orden cuando había ya alguien más extendiendo una mano para llamarlos y pedir más tragos. Leif, habiendo superado su molestia del domingo anterior, se ocupaba de atender a los clientes en el área privada, y Jens se movía a lo largo de toda la barra preparando un trago tras otro.

—La mesa 17... —el camarero del cabello rizado dijo al acercarse a la barra. Jens le ordenó que acercara su bandeja y colocó tres vasos sobre ella.

—Tres Citrus Heaven. Llévalos.

Tan pronto se dio la vuelta, llegó la empleada pelirroja y acercó también su bandeja.

—La orden de...

—White Russian y dos Creamsicle —Jens acomodó los vasos y chasqueó los dedos, indicándole que podía irse.

A pesar del ajetreo, en noches así Jens se sentía vivo, consumido por su pasatiempo preferido, lo único que podía hacer sin la influencia o los reclamos de nadie. Sus manos encontraban los ingredientes sin esfuerzo, como si cada receta estuviese grabada en sus músculos, y el sonido de la mezcladora le calmaba la mente. Parte de él desearía que sus clientes tuviesen un gusto más delicado, que se acercasen a la barra para experimentar con la variedad de licores que Jens se esforzaba en mantener al alcance, pero no iba a quejarse.

Mientras agregaba los toques finales a otra orden, la puerta al lado de la barra se abrió. Leif salió y observó a Jens con neutralidad, indicándole que se acercara. Jens dejó los vasos sobre la barra, esperando que los chicos pudiesen diferenciar una bebida de la otra sin su ayuda, y acompañó a Leif.

—¿Qué sucede? —preguntó, secándose las manos en una toalla.

—Te buscan —dijo Leif, señalando las cortinas de la zona privada—. La tercera cabina.

—¿Quién es?

—Sigurdsson.

Leif pronunció el nombre sin problema, y Jens sintió un golpe de adrenalina casi al instante. Había esperado escucharlo durante toda la semana para escucharlo. Empujó la toalla sobre las manos de Leif y regresó a la barra en un par de zancadas, donde preparó una bandeja propia con una jarra que había estado guardada en un congelador. Leif no cuestionó sus movimientos. Sin detenerse, Jens entró al área de empleados, se dirigió a la cocina y abrió la puerta del cuarto frío al fondo. Luego de remover entre las botellas, sacó una café con etiqueta azul que puso en la bandeja, junto a la jarra.

—Vuelvo en un momento. Ocúpate de los tragos por mí, ¿sí? Las órdenes son simples, sé que puedes hacerlo —dijo, y desapareció entre las cortinas.

El área privada era mucho más tranquila en comparación al ajetreo de las mesas públicas. Las paredes eran a prueba de sonido, bloqueando el bullicio que había del otro lado, y las luces eran escasas pero acogedoras. Cada cabina tenía butacas de cuero para ocho personas, y podía ser parcialmente cerrada por una pesada cortina de diseños abstractos y elegantes. Esperando que ninguno de los demás clientes interrumpiese su entrada triunfal, Jens llegó a la tercera cabina y anunció su presencia.

—Einstök —dijo, su voz animada.

La cortina se descorrió de inmediato, y Jens fue recibido felizmente por un hombre mayor. Era alto y corpulento, con bigote y barba blanca y abundante que pondría a cualquier imitador de Santa Claus de rodillas en el suelo llorando de vergüenza. El hombre caricaturesco se puso de pie y extendió su mano hacia Jens.

—¡Ah, el joven Jinx! —dijo con pesado acento, lanzando sal en las dos heridas que Jens más odiaba: su apodo y su edad.

—Tengo su bebida, señor Sigurdsson —dijo, sin dejar que la sonrisa desapareciera de su rostro. Puso la jarra sobre la mesa al centro de la cabina y sirvió una parte de la cerveza.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora