XIV (Parte 2) - Sobre la Diferencia Entre Temor y Pánico

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El aire era denso y húmedo. Vinny gruñó, abrió sus ojos lentamente y esperó ver lo usual: su habitación, sus paredes, sus afiches. En su lugar no había sino negro, negro por todas partes. Su cuerpo era una sombra unos tonos más oscuros que los muros que lo acechaban con horrible cercanía.

Demasiado cerca. Vinny se incorporó de rodillas y se adelantó para empujar la pared, como si pudiese moverla, simplemente porque no podía respirar. El aire no le era suficiente. Jadeaba, su frente no tardó en estar cubierta de sudor frío, y su ropa se adhería incómodamente a su piel. Intentó patear las barreras, empujarlas fuera del camino, golpearlas repetidamente, sabiendo desde el inicio que nada que pudiese intentar iba a sacarlo de allí.

Encerrado. Sin escapatoria. Estas palabras no le ayudaron a su estado de ánimo. Si antes era difícil respirar, ahora le era casi imposible. Se mantuvo de rodillas y terminó apoyándose sobre sus codos. Arrastró sus dedos por el piso y su pecho intentó captar más y más aire, sin éxito. El techo estaba tan cerca que podía tocarlo si estiraba sus brazos, no podía escuchar más que pasos lejanos y algunos objetos siendo arrastrados. Vinny estaba atrapado y no sabía cuántas horas habían transcurrido, pero habían sido demasiadas, y solo quería salir.

Cerró los ojos y apoyó la frente sobre el piso. Su torso se agitaba descontroladamente. Su cuerpo perdió fuerza, sus rodillas cedieron y cayó de costado sobre la fría superficie. Dobló sus rodillas acercándose sus piernas al pecho, quiso convertirse en una pequeña bola que pudiese encontrar escapatoria entre las finísimas ranuras alrededor de la puerta metálica en el techo, pero, de nuevo, todo era inútil.

Este pánico al despertar continuó por algún tiempo más. Los ojos de Vinny se llenaron de lágrimas, y un dolor pulsante en su cabeza era testigo de cuánto había llorado la noche anterior, al punto de perder la consciencia. Recordó a Scott, y el deseo de llorar empeoró.

La tarde anterior no había parecido que Scott hubiese podido ver lo que Vinny había visto. Los golpes asestados por el viejo que habían encontrado en el almacén, Brutus, lo habían dejado completamente inconsciente, y Vinny no podía evitar preocuparse. Quería ver a Scott. Quería hablar con él, saber si seguía vivo...

Una pequeña voz muy dentro le dijo que quizá sería buena idea despedirse de él. Vinny intentó ignorarla, pero bastaba un vistazo alrededor para comprender que probablemente estaba en lo correcto.

—No —dijo en voz alta, en un intento por convencerse a sí mismo. Su voz hizo eco contra las paredes y le dejó saber que su garganta estaba irritada luego de los gritos y ruegos desesperados de la tarde anterior—. Scott está bien. Scott está bien.

Intentó relajarse y poner su mente a trabajar en algo diferente. Sus manos se apoyaron primero sobre el piso, las palmas planas sobre la superficie, los dedos cerrados. Luego de varios minutos, decidió medir el lugar de alguna manera, y sus manos eran lo único que había a su disposición.

Desde donde estaba sentado, su prisión tenía diez manos de profundidad, nueve manos de altura y unas dieciséis manos de largo. Inevitablemente, Vinny pensó en cuáles serían las medidas tomando en cuenta las manos de Scott, más grandes que las suyas, la piel blanca, los dedos finos. Vinny dobló sus rodillas y apoyó los codos sobre ellas.

El dolor de cabeza que amenazaba con volarle el cerebro en pedazos no cedió. A pesar de todo, Vinny no pudo evitar sentir el llamado a dormir un poco para despejar la mente y lograr concentrarse, o mantenerse alerta en caso de necesitarlo después. Dudaba que sus siestas durasen mucho cuando la humedad era suficiente para hacerlo sudar, y la luz a través de las ranuras de la puerta no daba indicio alguno de qué hora podía ser allá afuera.

Durmió algunos minutos y despertó en pánico al percatarse de un aumento de ruido en el exterior. Se acercó a la puerta de metal para intentar descifrar las voces, pero le llegaban como un eco distorsionado. Sin embargo, no podía evitar preocuparse, pensando que quienes los habían secuestrado ahora iban a terminar el trabajo eliminando a los testigos.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora