Scott dio un paso hacia atrás y contempló su trabajo. Una camioneta familiar brillaba como nueva luego de un lavado y encerado que lo había mantenido ocupado desde hacía más de una hora. Era su tercer auto del día, y parecía que todos deseaban conducir vehículos impecables en vacaciones de primavera, porque Decker's Carwash apenas y tenía lugar para los clientes que iban llegando.
Fue al pequeño escritorio en la recepción e identificó rápidamente a la dueña de la camioneta. Canceló lo que debía, Scott le aplicó un aromatizante a las alfombras, y la señora ni siquiera había desaparecido calle abajo cuando la enorme mano de Wallace le dio una palmada pesada sobre la espalda.
—¿Disfrutando tus vacaciones, chico? —preguntó el jefe, con su buen humor de siempre.
Scott se encogió de hombros. —Supongo. Han sido buenos días para el trabajo, y la gente está muy tranquila.
Wallace sonrió. Scott se había presentado al trabajo al inicio de la semana con ojeras y cansancio aparente en el rostro, todo por haber evitado estar en casa durante sus días libres. Ahora, ya sumido en la reconfortante rutina laboral, tenía mejor aspecto. Varias veces el jefe había tenido el impulso de preguntarle al chico si no le iría mejor quedarse con él y su esposa, pero Scott se negó rotundamente desde la primera ocasión. Wallace habría querido reclamarle, pero no había argumento alguno que tuviera peso suficiente cuando veía la decisión con la que el chico se acarreaba día a día, en especial cuando había visto de primera mano de dónde surgía semejante resolución.
Iba a decir algo amigable para darle ánimos, pero otra camioneta familiar se aparcó en el espacio recién liberado. Aún tras los vidrios polarizados Wallace y Scott reconocieron de inmediato quiénes iban dentro.
—¡Oh! La familia Shields —dijo Wallace, realmente animado por ver su negocio florecer. Volteó hacia Scott y notó la tensión que se había asentado en los hombros del chico—. Seguramente pedirán que seas tú quien haga el lavado.
Una mujer de mediana edad descendió del asiento del conductor. Saludó animadamente a todos los empleados y luego caminó hasta la puerta del asiento trasero.
—Oh, Wallace; sé que dije que vendría mañana, pero los chicos no soportan estar en casa. Luego iremos a almorzar cerca de acá, así que pensé: ¿Qué mejor momento para lavar la camioneta?
La mujer abrió la puerta y sus palabras fueron ahogadas por los gritos de una manada de chiquillos que saltaron fuera. Había dos niños y una niña, ellos mayores que ella, y todos con la misma cara llena de curiosidad. Scott, con toda la discreción del mundo, intentó esconderse tras la corpulenta figura de Wallace, pero no fue suficientemente rápido.
—¡Quiero jugar con Sthcott! —dijo uno de los niños, y el aludido notó la ausencia de los dos dientes frontales de su boca—. ¡Sthcott!
—¡Sí, Scott! —gritaron el resto de los niños al unísono, y rápidamente tomaron al adolescente por las muñecas y se dieron a la tarea de acosarlo durante cada uno de los pasos del lavado.
Wallace y la señora Shields los observaron fijamente, enternecidos por la escena. A pesar de su actitud, pensaba Wallace, Scott era un gran chico, y siempre se aseguró de hacérselo saber. Desde que había empezado a trabajar y había atendido por primera vez a la familia, los niños se fascinaron con él y Scott hizo todo lo posible por tenerles toda la paciencia del mundo. No le gustaba expresarse en sobremanera y acostumbraba a contener sus emociones, pero no podía evitar ser cordial con quienes a sus ojos lo merecían, y entonces parecía permitirse ser contagiado por las emociones de los demás.
Wallace, involucrado en una conversación breve con la señora Shields, recordó inmediatamente al tío de Scott, Russell. Él y Wallace habían sido amigos durante la secundaria, hacía ya muchos años, y ahora que el chico tenía más o menos la misma edad que en aquel entonces, se hacía muy aparente la similitud entre ellos, la influencia que había tenido sobre Scott, y las semejanzas entre los fantasmas que acosaban a ambos.
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Escrito en el Asfalto
Teen FictionLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...