XXIII (Parte 2) - Sobre las Promesas con Uno Mismo

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Ian fue el primero en despertar. Tanto él como Dominic seguían ataviados en su vestimenta formal e Ian sentía que estaba dentro de un horno. Los brazos de Dominic lo rodeaban, el agarre debilitado una vez el mayor logró relajarse, e Ian encontró difícil tener que separarse de él. Cuidadosamente, para no despertarlo, levantó sus brazos y se deslizó hasta estar de nuevo de pie, un sutil rubor cubriendo sus mejillas.

La noche anterior seguía presente en el aire, e Ian podía sentir un cosquilleo en su cuerpo, en aquellos lugares que Dominic había acariciado mientras lo besaba. Ian ya había pensado antes en la posibilidad de ese suceso; había seguido a Dominic con la mirada mientras admiraba su porte elegante, y había pensado cuánto le encantaría poder tener más tiempo con él para verlo con detenimiento. Los años los habían cambiado a ambos, e Ian no podría decir cuándo sus miradas se llenaron de añoranza, pero el beso era evidencia de que no se había equivocado.

Tampoco era la primera vez que Ian se había colado en la habitación de Dominic, pero estaba seguro que debían haber pasado al menos doce años desde la última vez que había ocurrido, y en aquel entonces no podría siquiera haber imaginado que terminarían de esta manera. Sus vidas eran muy diferentes en aquel entonces, inciertas de una manera peculiar. Cuando un Ian adolescente sentía que no había lugar para él entre los numerosos sirvientes que Fester llegó a tener en cierto momento, fue únicamente Dominic quien podía escucharlo, decirle que todo estaría bien, que él había atravesado una situación similar y que lo entendía a la perfección.

¿Cuándo perdieron ese entendimiento? Ian, muy a su pesar, sospechaba que quizá solo sus circunstancias fueron similares. No conocía todos los detalles, pero sabía que la adolescencia de Dominic fue dura. Aún en su condición de huérfano, Ian pudo compartir mucho tiempo con Henry mientras crecía. Dominic había tenido que madurar mucho y hacerlo rápidamente. Quizá, una vez superada la dificultad de no tener una familia y estar condenados a trabajar de servidumbre, Dominic se sorprendió por cuán iluso Ian resultó ser. Quizá eso lo molestó. Quizá eso lo llevó a poner distancia entre ellos.

Sin embargo, la prueba que Fester le había impuesto a Ian lo hizo cambiar de parecer. La taciturnidad de Dominic años atrás debió coincidir con su entrenamiento como chofer, e Ian no temía equivocarse si apostaba que él también había sido puesto a prueba. La idea de que Dominic hubiese hecho todo para mantenerlo a él y a los chicos a salvo fue la que lo llevó a esperarlo en su habitación, a abrazarlo, a besarlo.

Ian observó a Dominic por un momento más. Procurando no hacer ruido, se agachó para quitarle los zapatos y luego, dubitativo, le acarició el cabello y salió de la estancia. Una vez afuera, rogó no encontrarse a Georgia mientras regresaba a su propia habitación, pues no tenía idea de cómo explicar qué hacía allí. Faltaba algún tiempo para el desayuno, e Ian decidió que era una buena oportunidad para salir a ejercitarse un poco, desarrollar un poco de resistencia y dejar de sentirse como un debilucho. Además, su mente estaba corriendo a mil por hora. Sería bueno despejarse.

Los jardines de la mansión Melville eran amplios, cruzados por pequeños senderos y decorados con diversos tipos de árboles, arbustos y flores, e incluso algunas fuentes. Cuando Ian era pequeño, solía haber un par de jardineros viviendo en la residencia anexa que cuidaban de ellos. Ambos fueron despedidos antes de que Henry se graduase de la secundaria. A pesar de mantener todo su esplendor, ahora los senderos raramente eran transitados. Craig y Vinny solían salir a caminar, a correr también, pero desde su partida parecía que todo había caído en desuso.

Ian recorrió los senderos más cercanos a las cercas, sintiéndose más cómodo entre más se alejaba de los edificios principales. La agitación de su mente mutó en una melancolía profunda, pero familiar. El peso de toda su vida en la mansión fue casi palpable en ese momento, más que nunca. Ian se secó el sudor de las sienes con el dorso de sus manos y continuó corriendo.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora