Prólogo - Craig

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Craig vio la hora en el reloj de pared sobre la barra. Hacía mucho tiempo había dejado atrás la pena de beber solo, y la vida era muy corta para ser escrupuloso con la hora a la que lo hacía. Pensaba ordenar otra cerveza, pero su propósito de matar el tiempo había funcionado casi a la perfección, y ahora se le hacía tarde. Craig soltó un par de billetes sobre la barra y tomó sus gafas, le dio las gracias al barman, y se dirigió tranquilamente a la salida.

No es que esparase que Vinny Melville muriera de ganas por regresar a casa para sus lecciones, pero se negaba a dejar que el "pequeño amo" se valiese de excusas para andar por ahí pensando en más estupideces. Craig salió a la calle y examinó sus alrededores con rigor antes de dirigirse al auto; era difícil modificar viejas costumbres, y en su caso le era imposible no examinar los rostros de cada transeúnte, los rasgos de cada auto, el tono de las voces que conversaban en la distancia, o la manera en que el ambiente cambiaba con su presencia: la presencia de un empleado Melville. Vinny debería aprender a hacerlo eventualmente; le sería muy útil, considerando la vida que seguramente le esperaba, ya fuera si aceptase una eventual oferta para heredar el negocio familiar o no.

Pero Vinny no escuchaba. Y si escuchaba, iba y lanzaba los consejos a la mierda de todas maneras para hacer lo que le venía en gana. Por más que Craig le advirtiera que debía mantener el perfil bajo y no convertirse en un hazmerreír, en esos precisos momentos el chico seguramente estaba buscándose más problemas, problemas en los que su tutor terminaría teniendo que intervenir.

Craig frunció el ceño y se detuvo mientras abría la puerta del auto. Era inusual tener la tarde para sí mismo; había decidido detenerse en un bar y esperar hasta la hora de pasar por Vinny a la escuela justamente porque no quería regresar a la mansión. Balancear los dos trabajos que ejercía podía ser un verdadero dolor de cabeza, y no había manera de saber el momento en que el tutor debería transformarse de nuevo en el asistente de un magnate descorazonado. Quizá era por eso que Vinny se había salido de control: frente a su pupilo, Craig Memphis se convertía simplemente en Craig, quien había visto al chico crecer, quien compartía techo con él, quien conocía lo que ser un Melville significaba para los que debían acarrear el nombre.

Los bares siempre le traían malos recuerdos. Odiaba el hedor punzante en el aliento de los comensales, odiaba tener que mirar de reojo a quien sea que entrase, escuchar las conversaciones ajenas en busca de información, estudiar la actitud del barman para averiguar si tenía algún secreto que le fuese útil. No era su obligación, no debía hacerlo, pero dudaba que luego de casi cuatro años en las mismas hubiera posibilidad de cambio para él. Tenía la vaga esperanza que, en caso de hacer un descubrimiento, ya no habría razón para regresar a esos lugares, y sus días retomarían el color que alguna vez habían tenido.

Los pensamientos del pasado y la añoranza terminaron por ponerlo en un ánimo de mil demonios. Craig estacionó en la acera, salió, cerró la puerta de un golpe rabioso y caminó a zancadas decididas por el camino asfaltado. No tardó en encontrar a Vinny sentado en una banca, y sus cómplices rodeándolo. Tampoco tardó en percatarse en la actitud de los estudiantes que aún merodeaban por el instituto, observando a Vinny de cuando en cuando y comentando entre sí, con gestos de molestia, de asco, de burla. Craig sintió un tirón en su ceja, evidencia de un tic de rabía que no haría sino empeorar.

—¡Vincent! —gritó en tono severo, y de inmediato las decenas de cabezas voltearon hacia él, tomadas por sorpresa, y también con temor. Craig no era estrictamente imponente; a decir verdad, su aspecto le había ganado mucha atención no deseada a través de los años. Tenía cabello marrón, como el de Vinny, ondulado y enmarcando su rostro trigueño. Su nariz era fina y redondeada, quitándole varios años de encima, y sus ojos eran de un café intenso, más oscuros que los del chico, que junto con su ceño fruncido y labios llenos en perpetua expresión de desagrado le daban un aire letal. Había aprendido a mostrarse duro e inquebrantable para contrarrestar una cintura por la que muchas chicas morirían, y hombres también, por razones diferentes.

Pero los estudiantes de la escuela North Vertfort High ya no eran engañados por las apariencias. Estaban conscientes de que quién era Craig Memphis, para quién trabajaba, y cuán genuinas eran las amenazas que se dibujaban en sus ojos cuando estaba molesto, y en ese momento estaba furioso. Los demás siguieron con su camino y los compañeros de Vinny se hicieron a un lado, abriendo una brecha para que el tutor viera a Vincent Melville en todo su esplendor: desparramado sobre la banca, mirada distante, y una mueca de forzosa indiferencia tallada en su rostro.

—John, John, y John —dijo Craig, al tiempo que chasqueaba un dedo en el aire para llamarle la atención a su pupilo. Los tres chicos voltearon de inmediato—. ¿Hay algo que debería saber? —Craig sonrió de lado, aunque el resto de su persona no estaba sonriendo para nada.

—¡No, señor! —voltearon hacia Vinny—. ¡Suerte, Vincent! —de nuevo hacia Craig—. ¡Con su permiso, señor!

Y huyeron. Craig respiró hondo y subió una mano a su frente, masajeando el lugar donde el tic se negaba a dejarlo en paz. Cuando alzó la mirada de nuevo, Vinny estaba poniéndose de pie con cierto letargo, cabizbajo. Craig se aclaró la garganta y el chico volteó sin verlo directamente, sus ojos cafés enfocados en la nada.

—Podrías haberme llamado, Craig. No tenías por qué entrar —dijo, avanzando por el sendero.

El tutor caminó a su lado, rumbo al auto. —Claro, claro. Apuesto a que hoy encontraste una nueva manera de hacer el ridículo. Dime, ¿tienes que crear una escena cada vez que quieres pelear? Vinny, te he dicho decenas de veces que...

—Ya, ya. Que no llame la atención, que no deje que los demás hagan de mis peleas su entretenimiento. Pero, ¿sabes, Craig? Son mis peleas. Siempre soy yo quien se mete ahí a darse puñetazos con alguien más, y no vas a detenerme.

Vinny se adelantó a zancadas. Craig lo observó ir, y suspiró. A veces pensaba que eran similares, esos dos, en esa manera de ser ingenuos y demasiado obstinados. Seguramente corría en la sangre.

—¿Vas a abrirme la puerta o qué? —vino el gruñido de Vinny, y Craig retomó su actitud de puño disciplinario.

—La abriré con tus dientes si vuelves a pedirlo de esa manera.

Ambos desaparecieron tras las puertas del instituto. Era natural que Vinny no se percatara, pero Craig había estado particularmente distraído como para no reparar en un par de curiosos y adormitados ojos que los seguían más o menos desde la partida de los Tres John. Una figura sigilosa se reacomodó entre los arbustos, bostezó, y observó el cielo, tiñéndose a esa hora en tonos de púrpura y dorado. 

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora