Intermisión 3: Craig y el Primogénito de Oro (Parte 20)

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El primer paso fue determinar qué universidades de otros países deberían incluir en este tour académico. Craig y Henry le llevaron cuatro propuestas iniciales al equipo legal, quienes también arrastraron a Craig a un día entero de papeleos para conseguir su pasaporte y también custodia temporal de Henry, pues era más fácil nombrarlo guardián que producir otro tipo de permiso. Visitarían Inglaterra y Canadá, y serían los primeros lugares a los que irían.

Luego lo más difícil: convencer a Henry de escoger las universidades nacionales por prestigio y no por cercanía. El resto de la selección también llegó a manos del equipo de Melville, quienes organizaron los viajes desde la universidad más lejana hasta la más cercana. Las decisiones rápidas permitieron que el viaje se adelantara, y Craig y Henry partieron el dieciséis de Junio.

Salieron temprano por la mañana para un primer vuelo de ocho horas desde Vertfort hasta Nueva York, donde buscaron algo para comer y luego abordaron su próximo vuelo nocturno, de Nueva York a Londres. Llegaron por la mañana del sábado, y al salir del control de inmigración Craig vio la nubosidad que opacaba el brillo del sol.

—Esta es una tortura —dijo. Arrastraba los pies por el cansancio—. Sé que dicen que el tiempo es relativo, pero hay un límite. ¿Cómo logras hacer esto cada verano para ir a Italia?

—Pues ya es costumbre, supongo —Henry estaba mucho más relajado—. Además, para tu primera vez en un avión, creo que fue un itinerario pesado. Será más fácil la próxima vez.

Craig no estaba convencido. Habían viajado en primera clase, sí, pero el ambiente era bastante claustrofóbico para él.

Craig bajó su mochila de sus hombros y buscó una carpeta con detalles del viaje. El equipo de los Melville les había facilitado un perfil de sus guías en cada destino para eliminar la necesidad de ver a los tipos con un letrero anunciando su presencia para todos. Craig le dio un último vistazo a la fotografía del tipo y luego guardó todo de nuevo.

Afuera de las puertas de llegadas estaba el guía: un hombre de mediana edad con cabello rojizo y barba canosa, llamado Thomas.

—¡Oh! —Thomas se acercó e intentó tomar sus mochilas y también sus maletas.

—No es necesario, en verdad —Henry se aferró a sus cosas y le ofreció un apretón de manos—. Thomas, ¿cierto? Un placer. Soy Henry.

—Y yo soy Craig —el otro añadió. Thomas los saludó a ambos.

—Llámenme Tommy, por favor —Tommy vestía un traje, pero sin corbata. Tenía un pequeño pin con el emblema de la primera universidad en la solapa de la chaqueta—. Bueno, vamos andando, entonces.

Tommy conducía una camioneta negra con vidrios ahumados. Parecía un vehículo de policía encubierta. Tommy les abrió las puertas, haciendo entender que los chicos irían en la parte de atrás y él, como un taxista, se limitaría a conducir.

Les tomó una hora ir del aeropuerto a su hotel, en el centro de Londres. Tommy les hizo plática, preguntando qué tal el vuelo, qué les parecía el clima, si era su primera vez en la ciudad. Craig le siguió la conversación solo para mantenerse despierto. A mitad del camino, sin embargo, se animó al ver fugazmente el río Támesis.

El hotel resultó ser un edificio enorme de ladrillos rojos, que no dejaba adivinar su interior: una pesada decoración a la antigua, con intricadas figuras de madera, candelabros, estatuas, muebles de terciopelo. Tommy les acercó el equipaje hasta la recepción y les preguntó si deseaban ir a algún lugar en específico para la comida. Los chicos le dijeron que lo resolverían por su cuenta. Tommy regresó a la camioneta y partió justo cuando una llovizna empezó a caer.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora