El sol apenas iba saliendo. Scott se detuvo a observar la gran esfera dorada emerger de entre los árboles a la distancia. Las calles opacas se fueron llenando de la luz brillante, y la realidad de los alrededores apenas logró ser disimulada bajo el color. Autos destartalados, bicicletas abandonadas, cercas que necesitaban reparaciones desde hacía años, casas con fachadas destruidas por el paso del tiempo. Entre ellas, la casa de Scott.
Contempló la tranquilidad de las calles solitarias por unos momentos más antes de buscar las llaves en los bolsillos de su sudadera. Introdujo una en la cerradura y luego de un empujón la puerta se abrió con un chirrido. Scott hizo una mueca mientras volvía a cerrarla con gentileza. Caminó cautelosamente hacia la cocina y sacó los ingredientes para su almuerzo de siempre: un sándwich en pan baguette, cuyas especialidades él había variado de mil y una maneras para no aburrirse de lo mismo semana tras semana.
La casa no era pequeña, sino únicamente descuidada. La pintura azul cielo de las paredes ahora había llegado a un gris de reformatorio, la tapicería de los muebles estaba desgarrada y el relleno asomaba por las heridas, no había un solo cuadro en la pared llena de clavos ennegrecidos y el único reloj que pendía de la pared de la sala de estar tenía el cristal amarillento. El piso no brillaba, se notaban las marcas de la alfombra que alguna vez había sido instalada y fue removida con violencia, los muebles estaban astillados, había una parte del pasamanos de las escaleras rota y las pesadas cortinas frente a ventanas con cristales incompletos concluían el terrible aspecto del interior. Por fuera no había mucha diferencia. Las únicas excepciones eran el baño, la cocina y la habitación de Scott, cuidadas con esmero por él mismo. Se prometía todos los días, sin excepción, que cuando tuviera su casa propia siempre la mantendría impecable.
Un sonido de motocicleta le llegó a los oídos por la ventana frente al lavabo. El chico de siempre repartía periódicos, y al marcharse calle abajo dejaba al sinfín de perros, con o sin dueño, ladrando histéricamente. Scott hizo caso omiso de ellos. Extendió sus ingredientes por la encimera y se acercó a la refrigeradora para tomar un par de condimentos. Se agachó frente a la puerta abierta y apartó varias botellas y latas de cerveza antes de llegar a los tarros. Los tomó e iba a regresar a su labor cuando se percató de que no estaba solo, y unos brazos se le enroscaron desde atrás a la altura del abdomen.
Scott gruñó. Rápidamente y con una mano fuerte apartó los delgados brazos y caminó hasta estar de espaldas a la encimera. Frente a él estaba de pie una chica en minifalda y top negros cubiertos con lentejuelas. Estaba despeinada, su maquillaje levemente corrido, con ojeras y una piel mortecina. Balanceaba sus tacones en una mano y con la otra luchaba por acomodarse el cabello.
-Douglas no dijo que su hijo fuera tan bonito -dijo la chica. Intentó acercarse de nuevo y Scott buscó tras de sí algo con qué defenderse: un tarro de cristal. Ella sonrió con malicia.
-No deberías seguir aquí.
-¿Por qué crees que me levanté? Quiero largarme a dormir. Pensé en tomar un pequeño bocadillo antes de irme, y me encontré con una comida completa...
Scott detuvo su avance al sostener el tarro en el espacio que los separaba, apuntado al rostro de la tipa, quien soltó una risa hueca y se apoyó sobre la pared para ponerse los zapatos. Al levantar los pies la falda subía por sus caderas y Scott apartó la vista: no tenía ropa interior.
-Oh, esto es adorable. He escuchado hablar de ti, ¿sabes? Dicen que follar contigo fue como decapitar a un pobre conejito inocente, que tuviste los ojos cerrados todo el rato. Recuerdas a la chica, ¿cierto? ¿Estarías dispuesto a verla de nuevo?
Scott no contestó. Se obligó a mantener la calma, a empujar los recuerdos borrosos de aquella noche lejos de su mente y esperar a que la tipa se cansara de él. Minutos después ella finalmente se dio la vuelta, se despidió con voz llena de fingida ternura y salió de la casa. El sonido del pasador en el cerrojo llegando a su lugar logró calmar a Scott de nuevo. El tarro casi se desliza de sus dedos. Scott se sirvió un vaso de agua y lo bebió lentamente con ojos cerrados.
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Escrito en el Asfalto
Teen FictionLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...