V (Parte 2) - Sobre Scott Boone

202 34 14
                                    

Había una sola regla con la que Scott dirigía su vida: Llamar la menor cantidad de atención posible. Todo en él colaboraba con este propósito: su cabello era lo suficientemente largo como para cubrir sus ojos y evitar contacto visual, aun siendo accidental, con cualquier persona; se vestía con ropa oscura y suelta, caminaba con fluidez, cabizbajo, y a pesar de ser alto intentaba no chocar con nadie. Evitaba a los demás como una plaga.

Su rutina diaria desde haber ingresado a secundaria consistía en tomar el autobús hasta North Vertfort High, pasar desapercibido, mezclarse con los demás al entrar a clase, poner atención y jamás hacer preguntas, no pedir ayuda, llevar su propio almuerzo de ser posible y comer en uno de los escondites que había encontrado a lo largo del territorio de la escuela. Por las tardes buscaba estos mismos lugares y se relajaba; a veces dormía, a veces estudiaba, otras veces dejaba que sus pensamientos se los llevara el viento. Esas eran las tardes tranquilas.

Había también tardes intranquilas. Scott podía estar a punto de tomar una pequeña siesta cuando alguien tendría un golpe de suerte como para encontrarlo. Lo retarían, Scott no diría nada, esperaría hasta el último momento, cuando ya su oponente estaba corriendo hacia él con toda la intención de hundirle los nudillos en el mentón, y solo entonces contraatacaría. No era parte de sus principios incitar la violencia y detestaba el agitamiento de las peleas, pero eso no significiaba que no se defendería de los ataques de los demás.

Así pasaron más de dos largos años. Scott había ganado pelea tras pelea, no por talento innato, sino por tener un deseo mucho más profundo que los demás, por haber superado las ambiciones insignificantes de sus contemporáneos. Scott no quería ganar, solo quería encontrar un rato de paz, de tranquilidad; comodidad en un mundo donde estas palabras las entendía más por definición de diccionario y menos por experiencia propia.

En medio de todos estos principios y deseos estaba la razón del odio de Scott hacía Bulldozer Buck. Odio que, Scott quería creer, lo había llevado a mover la balanza a favor de Vincent Melville, un pequeño chico raro que acababa de conocer y se le había pegado como goma al zapato.

Por un tiempo, Scott se unió al equipo de fútbol. Este tiempo fue realmente breve, apenas un mes justo al inicio de secundaria. Sabiendo desde ya que vería pasar sus tardes dentro de la escuela, Scott pensó que quizá podría ocupar su tiempo de una manera productiva. Decidió, el día en que escribió su nombre en una lista de interesados, que no dudaría en salir si el asunto del equipo se volvía demasiado complicado. Esperaba ser un chico normal que hacía acto de presencia en la banca y de vez en cuando en el campo cuando había alguna estrella lesionada, pero resultó que era decentemente bueno, lo suficiente para entrenar con los titulares. Había pocos de primer año allí, y entre ellos quien más sobresalía, por diversas razones, era Buck.

Era una especie de líder forzado. Scott escuchaba lo que decía para no meterse en problemas, y encontraba simpatía hablando con los demás sobre cuán molesto era que Buck se la pasara tratando al equipo como si fuese una carrera de superioridad. Envuelto en esa simpatía mutua y un sentimiento tan similar a la camaradería, Scott se dejó llevar. Pensó que quizá esa ocasión sí habría una diferencia. Quizá hoy sí podría permitirse ser joven. Quizá hoy las cosas no saldrían mal. Bajó su guardia; abrió las puertas de la muralla, y su pequeña ilusión no duró más que algunas semanas.

Estaba en los vestidores, luego del entrenamiento. Intentaba controlar su cabello, un poco más corto a petición del entrenador, frente a un espejo en su casillero. Había sido de los primeros en ducharse y estaba vestido únicamente con sus pantalones, su camisa echada al hombro. Se despedía de aquellos que estaban listos para irse. Buck salió de la ducha y, con una bulliciosa expresión de satisfacción, tomó su posición a un par de pasos de Scott.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora