Demasiado sorprendido para hacer algo más, Craig se mantuvo inmóvil por un largo rato. Su mirada estaba clavada en el cuadro de la pared del fondo, como si de repente la figura de Fester Melville fuese a cobrar vida para explicarle qué rayos estaba sucediendo. Los sucesos de los últimos minutos se reprodujeron en su mente, reparando en detalles que, por la conmoción, había pasado de largo: los jardines que rodeaban la mansión, las columnas en la fachada, el sonido de los zapatos de Craig al subir por los escalones, la amplitud del recibidor, la luz de una tarde de verano entrando por los ventanales que flanqueaban la pintura de Fester Melville.
Craig tragó duro. El silencio se había extendido por demasiado tiempo, y sentía que debía decir algo, pero había una carcajada atrapada en su boca que debía mantener contenida. Pensaba, con amargura, que estaba harto de encontrarse una y otra vez en la misma situación, arrastrado hacia un lugar nuevo que jamás podría haberse imaginado, con la única diferencia de que ahora no había viajado con los ojos vendados y en la cajuela del auto, sino sentado como todo un buen chico.
La risa se esfumó al sentir que Henry seguía aferrado de su mano. Craig inhaló con fuerza, como despertando de un sueño, y sus dedos se deslizaron contra los dedos de Henry. Al observarlo, Craig se dio cuenta de que él también entendía el impacto, la importancia, de lo que estaba ocurriendo. Craig estaba sorprendido, pero Henry estaba aterrado. Sus ojos verdes habían descendido al suelo, como avergonzados.
Dominic, quien se había mantenido a sus espaldas, finalmente caminó hasta estar frente a los chicos. Él también estaba nervioso, y escondía ese nerviosismo con una máscara de severidad.
—Henry —dijo, su voz baja pero grave—. Debes explicarle. Lo habíamos acordado.
Henry asintió, todavía sin hablar. Su mano se cerró con más fuerza alrededor de la de Craig, y luego la soltó. Como muchas veces antes, Craig vio mientras Henry enderezaba su espalda y tomaba aire para seguir adelante, para superar el obstáculo que tenía en frente. Ahora, con la mansión rodeándolo, Craig se sintió un poco estúpido; debería haber sabido que esa postura y esa determinación eran propias de un chico aventajado, de alguien que ha crecido entre salones de hotel y mansiones, lejos de las calles.
—Quizá sería mejor presentarme de nuevo —Henry dijo—. Mi nombre es Henry Melville. Craig, siento no habértelo dicho antes. Te juro que es lo único que no sabías de mí. Todo lo demás es verdad. Nunca te he mentido.
Craig asintió levemente. Quería hablar, pero su mente seguía enfocada en lo que esto significaba para él. Veía a Dominic y Henry, pero también veía más allá, hacia la pared, hacia la pintura.
—Has oído hablar de mi... de Fester —Henry murmuró, sin voltear hacia el cuadro—. Sabes que lo detesto. Puedes pensar que soy un embustero, Craig, pero esa es la única verdad que importa.
—Cuidado —Dominic puso una mano sobre el hombro de Henry y examinó sus alrededores—. No había autos afuera, pero no podemos hacer demasiado escándalo. Debo...
—¡Dom! ¡Henry! —una nueva voz entró a la estancia. Craig dio un salto y cerró las manos en puños, sin importarle sus dedos heridos, buscando la fuente, hasta dar con otro tipo que vestía un traje idéntico al de Dominic, quien había salido de un pasillo lateral.
—Ian, habla más bajo —Dominic reprochó, aunque la severidad de antes había desaparecido—. ¿Estamos solos?
—Tal y como lo habíamos planeado.
—¿Dónde está Vinny? —Henry preguntó. Ian se le acercó y, como si pudiese leer la tensión, le ofreció una amplia sonrisa.
—En sus lecciones, con Marvin.
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Escrito en el Asfalto
Teen FictionLa ciudad de Vertfort fue, por muchos años, tierra de nadie. Ahora, luego de generaciones de herederos, bancarrotas, absorciones y traiciones, quedan tres familias: Arkwright, Landvik, y Melville. Vinny Melville, a sus dieciocho años, es el joven h...