AU. Katsuki y Shouto son exnovios. Sí, exnovios que durante la fiesta de año nuevo no pudieron evitar explotar delante de sus amigos y vecinos que llamaron a la policía.
Fueron encarcelados y luego con ayuda de un buen amigo, es que todo se redujo a...
Una semana había pasado. Una semana en la que se había mantenido al margen de Shouto solo teniendo leves acercamientos que el bicolor se encargaba de cortar de tajo evidenciando su repelús.
Pese a ello la convivencia era pacífica, cada uno vivía en su habitación saliendo a compartir alimentos hechos por el cenizo y que Shouto se encargaba de memorizar los pasos para un día ser capaz de hacerlos por sí mismo.
Las confrontaciones estaban en el olvido, tanto que ambos se dedicaron a hablar con sus amigos —por llamada— para pedirles de forma atenta que no se inmiscuyeran en su relación que había acabado hace cerca de dos semanas contadas. Era cosa de ellos que arreglarían en esos meses para que al final limaran asperezas y no quedaran sabores amargos.
Las tareas eran repartidas de forma equitativa, siempre cambiándolas para no hacer lo mismo a cada instante, como en esos momentos en los que Katsuki se encontraba en el estudio y Shouto en el patio trasero con las plantas que son el símbolo de las muchas aventuras que compartieron.
Se acercó a la ventana que le presentaba el exterior hacía el patio trasero, Shouto cargaba sobre su cabellera dual un sombrero de paja que obtuvo en uno de sus viajes a México donde las artesanías hechas a mano era una reliquia nacional.
En su mano sostenía una pequeña maceta de una orquídea que apenas daba su primera flor. Sonrió por el cuidado que el heterocromático le daba a esa pequeña semilla con una mirada sutil y un tacto delicado, atento como solía ser Shouto; dulce y cálido.
Desvió la vista de la ventana acercándose a sacudir el librero y los cientos de fantasías que adornaban cada rincón, así como algunas novelas policiacas, thrillers y de terror, algunos tantos de estudio y literatura clásica.
Alargó la mano hasta la estantería más alta alcanzando el primer libro que compartieron en una lectura conjunta donde cada uno leía un capítulo por día turnándose para darle dramatización a la obra con sus irreverentes acciones, sus facciones torcidas y las voces agudas.
Una sonrisa se le escapó devolviendo el libro al librero sacudiendo la pieza, arreglando la mesa de madera, las teclas de la laptop y la silla giratoria del bicolor, acomodó sus papeles desde los más importantes hasta los de menor urgencia, conociendo como manejaba Shouto los asuntos de la empresa.
Katsuki recogió la basura del lápiz que se quedó ahí desde la última vez que aseó con detenimiento. Acomodó la impresora y sus tintas antes de salir de ahí saltándose la barda de piedra —para evitar dejar huellas en el suelo— adentrándose a la sala, para dejarse caer sobre el sofá para dos personas, frente a él estaba el sillón de forma "L" y tras el sillón la pared de ladrillo rojo en la parte inferior y piedra en la parte superior dónde colgaban dos cuadros representativos de los animales espirituales de Shouto y Katsuki.
El tigre de nieve del heterocromático y el lobo del cenizo. Lo único que Shouto no le dejó llevarse de esa casa.
Sus luceros contemplaron ambas pinturas hechas por una gran pintora que era amiga íntima de Katsuki y quién seguramente se encontraba inspirándose en el gran canal de Venecia.
Suspiró. Volteándose en dirección al respaldo, era uno de los regalos más bonitos que tenían y ahora solo tendría cuatro meses para admirar esa obra de arte.
La favorita de ambos.
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