⟳| Día 21 La eterna confidente I

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| Día 21

Cuando su vuelo tocó tierra eran las tres de la tarde. El astro rey gobernaba con ostentosidad sobre el firmamento en la clase de día despejado que no había tocado a Japón en la última semana.

Recogió su equipaje —un par de maletas para los meses que se quedaría— cogió su abrigo con el que había llegado y lo atoró sobre su bolso, su blusa sin mangas de color blanco presumía sus brazos delgados, el pantalón negro acentuaba sus caderas anchas con sus tacones realzando su belleza; en una perfecta combinación.

Salió del aeropuerto con un destino en mente, tomó el primer taxi que vio concentrando sus pensamientos en la conversación que tendría con los chicos que una vez agitaron su corazón, cuando sus orbes creativos presenciaron la escena más preciosa que una solterona como ella podría ser testigo.

La vez que se los encontró en Holanda en un campo de tulipanes jugueteando entre las flores rosadas que se abrían paso hasta el horizonte, hasta donde la belleza del campo les permitía, entres ósculos cariñosos y gestos de amor que se tenían, abrazos dulces como azúcar, risueños como un par de críos. 

En ese momento se detuvo y bajó de su bicicleta sacando un cuaderno junto a un lápiz boceteando la imagen que sus ojos miel fácilmente quedaron prendados.

Ese día hizo nuevos amigos con los que compartió sus vacaciones para despedirse en el aeropuerto, ella viajando a otras ciudades, ellos volviendo a su lugar de origen.

—Ya estamos aquí, señorita. —Con un perfecto japonés agradeció al hombre que la ayudó a bajar sus dos maletas, arrastró una a la entrada recibiendo apoyo del señor que recibió un pago extra por su amabilidad.

El timbre vibró en el pasillo, era la primera vez que pisaba esa casa —a la que muchas veces fue invitada— nunca imaginó que la primera vez que la visitara fuera en esas condiciones.

Una silueta alta apareció en el umbral, ella no necesitó más esfuerzo para saber quién era, la oji-miel sonrió con serenidad, el viento arrastraba por su rostro sus áureos cabellos el delgado vello en sus brazos se erizó, para cuando la puerta fue abierta, su mirada cariñosa hizo estremecer a la persona que la recibió.

—Hola, cariño. —Susurró ella acercándose a acunar el rostro de Shouto que vulnerable se dejó hacer por ella, jalándola adentro sin soltar el abrazo con su brazo izquierdo metiendo maleta por maleta, el derecho aferrándola a su cuerpo por la cintura.

El ajetreo hizo que Katsuki saliera de su habitación, abandonando su trabajo casi terminado, avanzó hasta salir del pasillo de las habitaciones girando a la izquierda al recibidor donde su eterna confidente aferraba a Shouto por el cuello en un apretón lleno de afecto.

—Camie.

La rubia se separó de Shouto para estrechar a Katsuki entre sus brazos, notando sin esfuerzo la fragilidad de su persona cuando siempre fue altivo, audaz, cínico y volátil, depositó un cándido beso sobre su mejilla, abrazándolo con muchísimo amor.

—¿Que pasa querido? —Cuestionó con un tono sutil, Shouto con sus maletas se adentró a la sala hasta donde Katsuki había arrastrado a su amiga.

—¿Por qué estás aquí?

—Vine de visita para que tengan a alguien con quien hablar —Aclaró la rubia, se dejó caer en el sillón de dos personas, estirándose a sus anchas— soy pintora, pero también puedo ser su psicóloga.

—No entiendo, antes no habías pensando en venir a Japón. —Katsuki se sentó en el sillón de forma “L” con su cabeza bajó su pintura de lobo, ella le dedicó una mirada al heterocromático para que se ubicara junto al cenizo bajo su propia pintura de leopardo. Dos personalidades diferentes orbitando juntos. 

365 días contigo Temp. 1 ⟳ BKTDBKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora