⟳| Día 27 Rutina I

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| Día 27

Las plantas le sonreían con gusto al recibir abono, acarició los pétalos de algunas rosas que comenzaban a abrirse entre enternecido y maravillado de que pudiera florear mientras hacía frío.

Se le había hecho rutina salir de vez en cuando a espiar el crecimiento de sus plantas sobre todo la orquídea que cuidaba personalmente como la primera de la que él mismo se hacía cargo —antes era Katsuki quien las cuidaba— Shouto debía aprender a atenderlas como merecían porque pronto serían solo él y ellas, al menos el tiempo en que pudieran encontrar un comprador.

Estaba seguro que Katsuki no iba a darle su parte y él tampoco pensaba hacer lo mismo, lo más probable era que su resolución fuera vender la casa a un tercero, buscar un buen "bienes raíces" y dejar que ellos se encargaran de ubicar al comprador idóneo para adueñarse de su castillo.

Naturalmente, todo lo que había dentro sería repartido entre los dos como las recámaras —seguro Katsuki se quedaría con la de visita— uno se llevaría la sala y el otro el comedor, al rubio le encantaban los sillones, serían suyos, aunque Shouto extrañaría su sillón en forma "L" el comedor de vidrio se lo regalaría a su hermana a ella encantaba ese comedor y las sillas de madera a juego. El estudio tenía libreros enormes, uno para cada uno y la lavadora... esa debería venderla.

Suspiró jugueteando con los claveles del patio, de cuclillas recargando su mentón sobre sus rodillas siguió con las demás plantas regalándoles abono para finalmente observarlas un rato en completo silencio.

Katsuki era el amor de su vida.

Él lo tuvo claro la primera vez que lo vio en aquella avenida, lo buscó muchas veces entre las calles cuando era escoltado por sus guardias, hizo hasta lo imposible por reencontrarlo y cuando lo encontró hizo que Yaoyorozu le concediera una entrevista para que pudiera verlo —cayendo sorpresivamente de visita—, claramente eso fue mentira, sus fanales no se despegaron de los de Katsuki chocando entre tonalidades mientras él bebía un vodka en la cantina de su amiga. Katsuki poca o mínima atención le ponía a la azabache al estar concentrado en la finura de los belfos de Shouto en cómo se relamían con cada nuevo sorbo.

Una vez la entrevista terminó Yaoyorozu le echó en cara que la haya usado de excusa para comerse al periodista con los ojos —Shouto se disculpó con una botella de champán en su cumpleaños—. Ella los dejó solos en su departamento, charlaron por horas, hasta el alba de ser exactos, culminando su conversación con un beso mañanero, sin descanso. Algo le dijo en ese momento que Katsuki sería así en su vida; efímero y altamente adictivo.

Pensar en él a cada instante en donde sus cuerpos no se encontraban también era una rutina. Desde que terminó con él su cuerpo lo anhelaba con más ferocidad y no se lo podía conceder.

—Te extraño. —Murmuró.

Por mucho que lo hiciera debía continuar con su tarea, regó un poco de agua en las plantas revisando el follaje de su jardín, encantado de lo que construyeron y triste al recordar que llegaría el día en dejarlas atrás.

Porque estaba seguro que Katsuki no tendría el corazón para arrancarlas de sus raíces donde felizmente crecieron —ellas no vivirían en otro suelo más que ese— era su sitio y su hogar.

Con pesadez abandonó el patio trasero para regar las otras plantas y continuar evitando a Katsuki como se había vuelto rutinario en el pasar de los días.

27| Rutina I

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