La primera noche

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Un suspiro frustrado escapó de sus labios sin querer aceptar su situación. La frustración lo había llevado a descargar su aflicción en una criada que lo único que hacía era cuidar de Mustafá como si  el niño fuese un tesoro enviado por Allah.

—Cerem —llamó con una voz dejada, la castaña volvió a temblar totalmente aterrada— mírame —pidió en un intento por sentirse mejor consigo mismo, esperando ver en sus ojos la misma chispa de emoción que notaba en cada mujer que pasaba por sus aposentos.

Pero eso no sucedió.

Cerem alzó la mirada llena de valor en un intento de enfrentarse a su destino demostrando con eso una expresión llena de vergüenza y frustración. Sus ojos grises siempre opacos ahora gozaban de un brillo deprimente debido a las lágrimas que corrían por sus mejillas. En ese momento el Sultán del mundo sintió algo que pensó jamás experimentaría.

Vergüenza.

Vergüenza por actuar de forma tan inmadura con su vasallo más fiel, vergüenza por sus Visires que cada día parecían volverse mas incompetentes y vergüenza de sí mismo por culpar pagar todas sus desgracias con una criada que no era capaz de mirarlo sin temor.

—Vístete —pidió rendido.

Suleiman salió al balcón esperando despejarse, dejando a la joven quien sin pensarlo mucho comenzó a recoger sus joyas y las telas que hace poco la adornaban para volver a ponerlas sobre su cuerpo.

Unos minutos de silencio hicieron que los pensamientos en la mente del hombre comenzaran a tomar forma, sabía que la única razón por la que Cerem estaba allí era por  un afán suyo de castigar a Ibrahim y castigar a la propia joven por no haber impedido la muerte de Mahidevran. 

¿Pero a quién quería engañar?  Ni siquiera había logrado impedir aquella desgracia y era su propio comportamiento el que hacía que su amigo más querido siempre se mantuviera con cautela a su alrededor.

—Mi Sultán —la voz de Cerem lo sacó de sus pensamientos.

—¿Ya estás vestida? —Suleiman se dio la vuelta para mirar a la menor que ahora estaba parada en el umbral de la puerta del balcón, su ropa estaba desarreglada por el apuro con el que fue puesta, su cabello antes bien peinado ahora volvía a su forma original y sus manos aún temblaban ligeramente.

—Mi Señor —en un rápido movimiento Cerem se tiró al suelo arrodillándose— si lo he ofendido me disculpo, si mi cuerpo no es suficiente para usted me disculpo, si mi llanto lo ha asqueado ruego su perdón —con cada palabra su voz volvía a quebrarse— no he cumplido con mi deber, pero le ruego perdone mi pecado y me deje seguir cuidando del príncipe Mustafá.

—Levántate —pidió con voz dejada— no has cometido ningún pecado — aseguró acercándose a ella— estás aquí porque te lo he ordenado, te quitaste la ropa porque así lo quise y volviste a ponértelo porque así lo pedí, has seguido mis órdenes obedientemente así que no hay pecado que perdonar.

Los ojos llorosos de la castaña miraron los profundos ojos del Sultán, el mido que llegó a sentir comenzó a desvanecerse al sentir la sinceridad en su voz  y fue aquel alivio lo que hizo que el llanto inconsciente cesara.

—Gracias...

—Puedes volver a tus aposentos, Mustafá estará bien sin ti por una noche, ese pequeño malcriado necesita aprender a dormir sin ti a su lado.

—Volveré con las sirvientas y mañana retomaré mis deberes —comentó dando una reverencia.

—¿Es que acaso no estas tu en la habitación de las favoritas?

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora