Fuego

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—Mi Sultan.

—Hürrem, ¿Cómo te sientes? —el hombre acarició el rostro de la mujer.

—Mucho mejor ahora que usted está frente a mi, toda dolencia abandona mi cuerpo cuando usted está conmigo —Suleiman sonrió complacido.

—Mi corazón también te había anhelado, la nieve fuera de estos muros es fría, pero no hay frío comparable al de mi corazón ante la falta de calidez que me dan tu ojos.

La pareja pasó aquella tarde uno junto al otro sin pensar en nada más que ellos, ensimismados en la necesidad que sentían por estar con el otro, si bien para Suleiman Cerem había sido un alivio y un buen consuelo, nada llenaba tanto su corazón como estar frente a la mujer que tenia frente a él.

—Realmente me siento triste por Mustafá.

—¿Que te hace sentir así? —preguntó curioso por el repentino comentario de su amante.

—No tiene a su madre y es criado por una sirvienta que parece no tener voz, este palacio está lleno de voces autoritarias, con esa mujer cuidándolo el hijo de su majestad será... —Hürrem apagó su voz sabiendo que el peso de sus palabras ya estaba surgiendo efecto.

La mujer sabía que aquel hombre había pasado varias noches junto a la joven, aún si esta no había sido llamada a los aposentos del hombre, Hürrem sabía que aquella sirvienta se estaba convirtiendo en una amenaza.

—No debes preocuparte, mi hijo no solo será criado por ella, también estará influenciado por mi —aseguró— no debes preocuparte —dijo más para sí mismo que para la mujer.

Los ojos de Cerem estaban empañados en lágrimas, aquel sueño había sido demasiado real para  dejarlo pasar, así que ahora estaba tirada en aquel recóndito jardín buscando respuestas en las cartas

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Los ojos de Cerem estaban empañados en lágrimas, aquel sueño había sido demasiado real para  dejarlo pasar, así que ahora estaba tirada en aquel recóndito jardín buscando respuestas en las cartas.

"El Mago"

"La Rueda de la Fortuna"

"La muerte"

Esas tres cartas tenían consigo las respuestas del Imperio, algo iba mal y para suerte de Cerem el destino seguía siendo cambiante, pero aun no sabía cuál era ese cambio. Cartas, estrellas, velas, caracolas, incluso los pétalos de las flores más nuevas le decían que la muerte rondaba al Imperio.

—¿Todo está  bien señorita Cerem?

—Todo está bien Ibrahim Pasha, solo estoy cansada.

—¿A pesar de no haberte quedado con el príncipe anoche? Por Allah... No tienes remedio muchacha  —regañó.

—Usted tampoco parece haber dormido, sus ojos se ven rojos y sin vida —el hombre sonrió rendido.

—Si, tampoco dormí, pero yo tuve buenas razones, soy la mano derecha de quien gobierna el mundo, no puedo dormir si el Sultán no lo hace.

—Realmente es un hombre devoto Pasha, el Imperio debe estar agradecido de tenerlo.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora