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Escuchar aquel nombre trajo a ella recuerdos que creyó haber desechado. A pesar de a oscuridad y con ayuda de la opaca luz de las antorchas, la Sultana logró observar con detalle a la mujer que ahora se paraba frente a ella con una mirada compasiva y llena de impresión.

—¡Jade, querida! —exclamó exaltada— realmente eres tu, no puedo creerlo, eres tu —la extranjera trató de acercarse un par de pasos mas, pero el guardia personal de la mujer se interpuso entre ambos, aun sin sacar su espada, ya que la mujer no parecía realmente una amenaza inmediata.

Cerem retrocedió.

Fueron tres cortos pasos hacia atrás, nada en su expresión cambió, sus acciones siguieron siendo rigurosas y poco efusivas, mas aún así, su séquito notó casi enseguida su malestar, por la escena.

—Mi Sultana, es hora de retirarnos, la noche comienza a enfriarse —declaró Aysun tomando suavemente el brazo de su señora solo para dirigirla al camino de vuelta.

Madre... —un susurro imperceptible en un idioma que ninguna supo descifrar salió de los labios de la regente, que con ojos muy abiertos y manos ligeramente temblorosas, se acercó a la mujer de piel cálida.

—Jade... ¡Hermosa hija, sabía que eras tu...! —la voz de la mujer mayor se tiñó de una alegría jovial, que desentonó totalmente con los ojos ligeramente cristalizados de su acompañante.

Cerem abrió los brazos, permitiendo un abrazo entre ambas, el cálido tacto de la mujer fue un consuelo que sobrepasó cualquier palabra o roce que llegó a recibir los días antes de este.

—¿Jade...? —llamó la extranjera mas joven— ¡Jade! —gritó llena de entendimiento— hermana, querida hermana, eres tu ¡En realidad eres tú! —la joven se unió al abrazo con la misma alegría que sus mayores.

Las tres estuvieron abrazadas hasta que el frío de la noche caló en sus huesos. Las lagrimas de la mas joven contrastaron con la alegría de la regente, quien por primera vez en semanas sonrió efusivamente.

Los ojos de la Sultana, antes opacos y enrojecidos, recuperaron su brillo único y jovial, su voz pareció cantar palabras en un idioma que ningún residente del palacio reconoció, pero esta era tan acústica y afable, que ninguno realmente se detuvo a pensar que era lo que la mujer estaba comunicando.

—Quizás esta es su lengua natal —susurró Aysun a su futuro marido, mientras ambos observaban a su señora caminar por los pasillos junto a las dos mujeres.

—Quizás... Tal vez ellas sean su familia —agregó.

—Eso sería una bendición de Dios —murmuró Aysun.

—Ire a avisarle al Sultan —declaró el joven guardia que los seguía a unos pocos metros— nuestro señor nos pidió saber cualquier nueva noticias sobre la Sultana.

Malkocoglu le lanzó una mirada poco amable, pero no dijo nada, debido al temor de sonar como un insolente que cuestionaba la autoridad de su propio Sultan sobre las decisiones del palacio.

—El Sultán está ocupado, —declaró Adalet con su habitual entonación condescendiente— no hay necesidad de darle noticias innecesarias, si necesitas avisarle a alguien sobre el ingreso de dos extranjeros al palacio, entonces busca a Habbad Pasha, o al Gran Visir.

Después de pensarlo unos segundos bajo la mirada aguda del séquito de mujeres, el guardia cedió a la sugerencia y se encaminó en busca del Pasha.

Las mujeres se miraron entre sí con una expresión llena de alivio. Si bien nadie lo comentó en voz alta, debido a la prudencia que se solía manejar dentro de los muros del palacio, todos los sirvientes habían notado un patrón singular con respecto a su Sultana y el Sultan.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora