Preciosa primavera

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Tal como prometió, Cerem no permitió la entrada de su  hermano a Constantinopla durante el invierno y la primavera, Ibrahim, si bien no estuvo conforme con esta decisión, respetó los deseos de su hermana conformándose  con solo enviar y recibir cartas desde Constantinopla.

El invierno fue tranquilo, las casas habían sido reforzadas y las provisiones se repartieron equitativamente, permitiendo que los ciudadanos de la provincia pasaran la estación sin demasiadas preocupaciones.

Los inicios de la primavera en cambio fueron ligeramente ajetreados pues como ya era costumbre, los jefes llegaban a la capital de la provincia con la intención de entregar sus informes y por supuesto, también con la idea de llevar regalos para el amado príncipe Mustafá.

Cuatros meses pasaron desde la ultima visita del Sultán, pero tal como este  había prometido, las cartas jamás escasearon, tanto su esposa como su hijo fueron llenados mes con mes de regalos y cartas que encantaron al mas joven de la casa.

Cerem apreció el gesto enormemente pues la sonrisa de  su hijo se iluminó en cada ocasión, haciéndola sentir dichosa por tan solo mirarlo. Así que como muestra de gratitud, la mujer cumplió su promesa y respondió a cada una de las cartas que el Sultán envió para ella.

Por momentos, los dulces recuerdos del inicio de su relación volvieron a ella en un intento vano y desesperado por reavivar aquel jardín de emociones en su pecho, pero incluso los mil párrafos de poesía no fueron suficientes para reavivar las flores de un jardín muerto. 

Antes de que fueras mi amada 
había más calendarios para contar el tiempo:
los hindúes, los chinos, los persas
y los egipcios tenían sus calendarios.
Después de ser mi amada,
la gente comenzó a decir: 
El año mil antes de sus ojos
y el siglo décimo después de sus ojos.

El precioso poema fue leído solo hasta la mitad antes de ser dejado en el cofre de madera junto al resto de las cartas.  Solo hasta los inicio de la primavera, la Han se dio cuenta que dentro de ella no quedaba ni siquiera un rastro del dulce amor, y en cambio solo había gratitud y cariño. El cariño que cualquier mujer podría llegar a sentir por el padre de su hijo y la gratitud que  cualquier esclavo sentía por un buen amo.

Pero nada más... 

Su amor primaveral había muerto hace años y ella estaba feliz con eso.

—Mi señora hemos traído su almuerzo —avisó Aysun.

—Gracias —respondió aún mirando los papeles en su mano.

El olor del cordero y el pan recién hecho la hicieron mirar la mesa con comida frente a ella con ojos brillantes.

—¿Pediste salsa de higos? —preguntó.

—Así lo hice, también traemos mango y res, tal como pidió.

—¿Con salsa dulce? —Aysun luchó por no fruncir el ceño ante el nombramiento de la extraña combinación.

—Si —los ojos de Cerem se iluminaron de gusto.

—Muchas gracias Aysun —volvió a decir acercándose apresurada a los multiples platos de comida.

La sirvienta y el guardia personal se miraron con gracia. Si bien las combinaciones eran raras, ninguno podía quejarse pues esta era quizás la primera vez que su señora comía con tal gusto las comidas que le eran servidas.

—Aysun, Malkocoglu —llamó— vengan aquí, siéntense conmigo y coman algo ustedes también.

—No es necesario mi señora, comeremos una vez usted termine —rechazó el guardia.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora