-Lo lamento mi Sultan, pero... No hay nada que pueda hacer.
-¡¿Que me estas diciendo?
Hurrem cerró los ojos resignada e impactada ante las palabras que anunciaban la muerte de una de sus mayores enemigas.
-Que Allah reciba a Mahidevran en su reino.
Suleiman se adentró entre la multitud para tener una mejor vista, cerca de las rejas un cortejo de mujeres se paraba tras su concubina, todas bien vestidas al grado de parecer nobles, entre el cortejo se encontraba su hermana Beyhan junto a su sobrina, ambas luciendo una brillante sonrisa.
—Agradezco sus buenos deseos —la vista del hombre se centró en su concubina.
Su voz era incluso mas hermosa de lo que recordaba, su aspecto era distinto, su piel había tomado un color mucho mas saludable similar al marfil, su cabello estaba escondido tras un tocado, su figura estaba mucho mas desarrollada; ya no quedaban rastros de aquella escuálida sirvienta que una vez vio correr entre los pasillos y eso lo asustaba.
—Este año es muy especial para nosotros... Todos sabemos lo difícil que fue el año pasado para Constantinopla —el silencio se hizo presente— aquella pena no nos permitió pensar en celebraciones, pero nos hizo reflexionar sobre la vida, como pueblo hemos renacido, nos han dado una segunda oportunidad para vivir una vida próspera y no hay mejor forma de celebrarlo que mostrando el agradecimiento que sentimos por el apoyo que nos han brindado a mi y al Pasha para reformar Constantinopla y devolverlo a la gloria que significa ser parte del este Imperio.
Los pueblerinos festejaron extasiados por las palabras, el ser reconocidos era una recompensa, la amabilidad que habían buscado estaba frente a ellos y eso era suficiente para muchos.
—¡Yo soy Mustafá! —el pequeño príncipe dio un paso al frente— hijo del Sultán de este Imperio y agradezco que hayan venido a darme sus buenos deseos y... —el niño comenzó a cohibirse al ver el número de personas que ahora lo miraba— ¡Y espero que Allah les de una larga vida a ustedes y a mi me de gran sabiduría para poder cuidarlos!
Sin mas que decir el niño corrió a las rejas y comenzó a lanzar monedas de oro y plata.
—Jaja... —Ibrahim no pudo suprimir la sonrisa al ver tal escena.
Cerem por otro lado sonreía orgullosa, consciente de que su pequeño había practicado durante días para poder dar aquel pequeño discurso. Suleiman en cambio no cabía en su propia emoción, su primogénito había crecido mas de lo imagino, era incluso capaz de hablar con el pueblo como un líder, algo que no creyó posible al ser criado exclusivamente por Cerem.
—Mustafá, es momento de volver, la fiesta va a comenzar —avisó la concubina.
La mujer y el niño caminaron rumbo al palacio ante la mirada agradecida del pueblo; satisfechos por el oro y la plata, los plebeyos emprendieron rumbo a las mezquitas o a sus hogares para celebrar el cumpleaños del príncipe.
Los regalos fueron entregados a los guardias que con amabilidad los recibieron y una vez todos se dispersaron, el Visir y el Sultán hablaron para que las puertas fuesen abiertas.
—¿Que le parece mi Sultán?
—¿Que cosa Ibrahim?
—Todo —respondió simplista.
—Es hermoso... Muy tranquilo y lleno de alegría.
—Como un reflejo —comentó el Visir.
—El reflejo de Cerem —admitió.
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