Resignación

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Cuando Suleiman fue llamado por su esposa, el hombre se permitió perder la compostura y correr hacía ella sin pensar en lo que debía o no hacer como Sultán.

Como hombre, Suleiman solo deseaba proporcionarle un consuelo adecuado a su mujer...

Deseaba quitarle aquella terrible culpa que ahora pesaba sobre sus hombros y por sobre todas las cosas, deseaba entregarle las palabras correctas para que esta comenzara a aceptar la realidad, con la esperanza de que, una vez ocurriera lo inevitable, el golpe no fuese tan severo como para hacerla perder a su primer bebé.

—Cerem... —la imagen demacrada de la mujer que ahora lo recibía con una reverencia y ojos apagados lo entristeció— oh querida mía... —sin ser capaz de quedarse al margen, Suleiman tomó a su esposa entre sus brazos para consolarla.

Sin poder evitarlo, la Han comenzó a llorar amargamente en los brazos del regente, clamando por buenas noticias en medio de esa cruel tempestad. Deseando que el hombre que cargaba en mundo sobre sus hombros le diera una mejor solución que la que le ofrecían los doctores.

Ante la súplica desesperada, la garganta de Suleiman se cerró.

Las piernas del regente se clavaron firmemente al piso cuando notó la fuerza en las propias piernas de su esposa comenzaba a desvanecerse. El hombre sostuvo firmemente el cuerpo de su esposa y con suma delicadeza la dirigió a la cama.

Cerem en ningún momento pudo dejar de sollozar el nombre de su hijo...

—Mi Sultan... Por favor dígame algo bueno —rogó— no quiero seguir escuchando que mi pobre y preciado hijo no tiene esperanzas —el quiebre de la regente se hizo aún mas evidente cuando sus ojos vislumbraron esa poca pero aún persistente fe— mi señor... Es mi bebé... —su voz se quebró aún mas— no quiero perder a mi bebé...

Sin poder evitarlo un par de solitarias y gruesas lágrimas abandonaron los ojos del Sultán. Él mismo sentía la pérdida de su primogénito como el arranque de una extremidad, pero las interminables horas viéndolo en tan demacrado estado, los pocos avances de los medicos y un par de horas reflexionando en la guía de Allah lo hicieron entender que esta era su realidad...

Pero ¿Como iba a explicarle eso a su esposa?

—Lo lamento... —susurró apretándola aún mas entre sus brazos— no puedo hacer nada más...

Y sollozó ahogado salió de los labios de la mujer— No... No, no no no... —su quebrada voz se llenó de tristeza— ¡Es mi bebé...! —gritó con mayor desespero— mi Mustafá aún es muy joven, ¡No puede morir así! No puede... No es justo, mi bebé es muy pequeño... —la castaña se acostó en la enorme cama y lloró con mayor fuerza.

El hombre no se permitió llorar tanto como su mujer, en cambio solo que quedó a su lado brindándole consuelo y seguridad durante horas. Suleiman sabía que nada de lo que dijera en ese momento le quitaría el dolor a su esposa, así que solo se quedó a su lado escuchándola llorar...

—'Eventualmente lo entenderá...' —pensó.  

  

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El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora