Furia pt. 1

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Aturdida por el golpe la castaña se levantó como pudo sintiendo la sangre que escurría por su cuello, el dolor punzante en la nuca junto a los gritos furiosos de la concubina no le permitían volver a la realidad del todo quedando en un estado medio en donde los gritos se escuchaban lejos pero las sensaciones eran abrumadoras al sentirse tan cercanas.

—¡¿Dónde está?! —volvió a preguntar llena de cólera.

—¿Que estás buscando?  —preguntó obligándose a volver a la realidad.

—¡Mi collar! —respondió al fin— se que tú lo robaste, lo quiero devuelta, fue un regalo del Sultán.

—Yo no lo tengo  —aseguró.

—¡No mientas! Se que lo tienes te vieron entrar en mi cuarto ¡Dámelo de una buena vez Cerem!

—No lo tengo, ahora sal de mi habitación antes de que llame a la Daye.

—Ayla Hatun, debe calmarse —pidió la rubia sirvienta— si Cerem Hatun lo tiene entonces la Daye lo encontrará.

—¡No! No le daré el tiempo para que lo esconda mejor —la mujer se abrió paso quitando a la criada que la sostenía y sin decir mucho mas comenzó a revolver la habitación en busca de su preciada joya.

—¡Hey! ¡No te-! —la concubina fue detenida por el fuerte agarre de otras dos.

—Deja que busque Cerem, si eres inocente no encontrará nada —dijo una de ella apretando con mayor fuerza su brazo.

—Bwaaaa —el llanto de Mustafá quien dormía en la cama de la concubina llamó la atención de todas.

—Llévenselo —ordenó  Ayla a Giana.

—¡No se atrevan a tocarlo! —gritó la menor tratando nuevamente de zafarse del agarre.

El niño fue tomado con nula delicadeza por una sirvienta joven e inexperta que ante lo tensa de la situación se llenó de nerviosismo, no deseaba realmente herir al infante, pero la situación era complicada y no podía confiar en ninguna criada que fuera mandoneada por Ayla.

Después revolver la habitación sin encontrar nada, la mujer notó los dos enormes baúles que contenían la ropa y joyas de la criada. Sin perder el tiempo tiró toda la ropa y joyas dentro de los baúles, pero lo único que pudo encontrar realmente relevante fue aquella bata dorada de seda. 

—No te bastó con robar mi collar sino que también hurtaste la ropa de su majestad.

—No es ningún robo, fue un préstamo de su Majestad y no tienes derecho a tomarlo, tu collar no está aquí ya buscaste en todos lados, ahora has que me suelten y vete de mi habitación.

—¡No me iré sin mi collar! 

Por los ojos de Cerem caían lágrimas llenas de frustración, el llanto de Mustafá, el terrible agarre de las concubinas junto a los horribles meses que había vivido dentro del palacio había provocado un quiebre en su espíritu y fue ese quiebre emocional lo que acabó por hacerla no medir sus palabras.

—Yo no tengo nada que te pertenezca, no me importa cuanto busques, no encontrarás nada, no creas por un segundo que robe algo, no necesito robar, los regalos que su majestad me ha dado son mucho mejores que cualquier sucio collar que sea de tu propiedad ¡Ahora suéltenme de una maldita vez! 

Su voz se quebró a mitad del reclamo en un alarido lleno de desespero y cansancio. Cerem ni siquiera había querido nombrar al Sultán ya que él era el hombre que la había empujado a este infierno infestado de oro.

—¡Tu...! —los ojos de Ayla se inyectaron de furia y antes de que alguien pudiera reaccionar la mujer se abalanzó hacia Cerem golpeándola sin compasión alguna.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora