Emisario

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Después de un par de horas repletas de pláticas, risas e historias Aysun cayó rendida ante el sueño al igual que el pequeño Mustafá, ambos durmiendo juntos en la enorme cama de  lo aposentos de Cerem.

La Sultana por otra parte no sentía sueño, al  contrario, parecía tener mas energía que de costumbre, así que en un acto desesperado por calmar su aburrimiento y atraer el sueño, la mujer tomó su bordado y salió a su balcón para terminar el pañuelo que había comenzado hace un par de semanas.

Ya había hecho varios pañuelos, todos de diferentes diseños, siendo bordados en su tiempo libre, al ser algo que ocupaba toda su concentración, así que en días estresantes la mujer avanzaba mucho en sus diseños y últimamente en Constantinopla solo había días estresantes.

Con la arrulladora y fría brisa de la ahora llovizna la mujer comenzó a perder su concentración al mismo tiempo en que sus ojos comenzaban a cerrarse, el cansancio comenzaba a hacerse presente como en tantas otras ocasiones en donde repentinamente caía dormida despues de un agotador día de trabajo. Pero algo en ella le impidió caer ante el sueño, un pequeño zumbido, una voz rogando porque despertara y mirara los jardines.

Inmediatamente Cerem se levantó exaltada dando un salto desde su asiento y acercándose a los barandales de su balcón en donde pudo ver casi de inmediato la silueta de un hombre tendido entre las flores.

—¡Malkocoglu! —Cerem tomó su velo y envolvió su cabello al mismo tiempo en que salía de su habitación a sabiendas de que su fiel guardia estaría fuera de sus aposentos resguardándola.

—¡Mi Sultana! ¡¿Que le ocurre?! —preguntó levemente alterado.

—Hay un hombre entre las peonias —avisó— tal vez sea del pueblo o uno de nuestros sirvientes, hay que ver que pasa —los guardias que hacian sus patrullas por la zon escucharon el relato e inmediatamente corrieron para ver quien era el desconocido.

—Mi Sultana, entre a sus aposentos.

—No haré nada como eso, si es uno de nuestros sirvientes estaré bien y si es alguien de nuestro pueblo no me quedaré quieta solo mirando desde lejos, mi deber es cuidarlos.

—Y mi deber es cuidarla a usted —contratacó.

La expresión de Bali Bey detonaba inseguridad, era obvio que temía por su Sultana, pero ella no escuchaba de razones cuando se trataba del pueblo de Constantinopla.

—Iré —dijo segura— y no habrá problemas porque estaré  rodeada de valerosos guardias que velaran por mi bien —aseguró.

Sabiendo que no podría hacerla cambiar de parecer, Malkocoglu empuñó su espada y camino delante de su Sultana como pocas veces lo hacía.

Al llegar al jardín la escena se sintió bizarra  para todos, el hombre ahora tenía  entre sus brazos a una sirvienta del palacio, amenazada con un cuchillo mientras histérico gritaba pidiendo que todos se alejaran.

—¡Un paso atrás! —ordenó Cerem haciendo que guardias y sirvientes retrocedieran.

—¡¿Quién es usted?! —preguntó con un mal acento, el hombre tanto por su aspecto  como por su hablar delataba ser extranjero.

—Lo mismo me gustaría preguntar —contestó en un tono calmado— e contestaré si baja el cuchillo —la mirada del hombre se distorsionó mostrando ligera burla.

—¿Cree que soy tonto? Se que me asesinaran en cuanto baje este cuchillo.

—¿Por qué haríamos algo así?

—Por que asi son los Otomanos ¡They are wild!

—Sometimes we are, —aseguró— but only on occasions when unknown people wield knives threatening to cut the jugular of our people.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora