Propuesta

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—Hijo mío, no has probado siquiera un bocado de comida.

—Estoy algo cansado madre —aseguró con una sonrisa.

—No debes sobre esforzarte...

—Entonces me iré a descansar ahora, espero y entiendas que no puedo quedarme mas tiempo aunque lo desee —la mujer asintió con una sonrisa antes de que ambos se despidieran con un cálido abrazo. 

Al llegar a su habitación Suleiman se dio el tiempo de pensar mejor todo lo ocurrido aquella tarde despues de que una sirvienta abriera las puertas de los aposentos de Cerem...

Ver a su concubina fue un alivio momentáneo, el notar que se miraba incluso mas hermosa de lo que recordaba era quizás lo único bueno de aquel encuentro, pues al detallar mejor la situación no tardó demasiado en notar que la mujer frente a él solo era un conjunto de escombros traídos de lo que alguna vez fue la muchacha.

Impasible ante sus ojos, tan cercana y digna de apreciar, pero inmóvil como una estatua griega que en su silueta esculpida relata la tragedia de un cadaver, ojos que aunque cohibidos siempre llevaron luz en ellos, ahora miraban a una fría pared como si ésta llevase consigo una plegaria o un castigo.

Ante él yacía un alma en pena que en medio del llanto rogaba a su Pasha la muerte por sobre cualquier consuelo del que se le pudiera proveer. Incluso con el paso de las horas y la tarde el llanto no cesó, solo bajó su intensidad dejando un camino de lágrimas secas acompañadas por leves sollozos lastimeros.

Su presencia fue tan importante como la de aquel jarrón de cerámica que en su interior resguardaba flores marchitas que nadie se había dignado a cambiar, en cambio su Pasha pareció ser el único apoyo de la concubina quien se aferró a él como si fuese su única salvación.

Frente a él un muro fue levantado por las lágrimas de la concubina y el rostro abatido del Pasha que juraba inútilmente protegerla. Allah parecía llorar con ellos a través de una ligera lluvia nocturna, las flores acompañaban aquel llanto pues entre penumbras también parecían llorar sin consuelo.

—Cerem... —llamó.

Hürrem era quizás su mayor alegría, pero Cerem sin saberlo parecía haberse convertido en su calma.

Ella es mi corazón un ala viva y turbia...

un ala pavorosa llena de luz y anhelo.

Ella es la primavera sobre los campos verdes.

Azul era la altura y era esmeralda el suelo.

Ella -la que me amaba- nació en primavera.

Pero el recuerdo de otros ojos de paloma en desvelo socavan mi memoria.

Ella -la que me miraba- cerró sus ojos... tarde.

Tarde de campo, azul. Tarde de alas y vuelos.

Ella -la que me miraba- se murió en otoño... A la espera de otros ojos.

y se llevó la primavera al cielo.

—Me llamó, Sultán.

—Ibrahim... —dijo en un susurro, sabía que no soportaría la respuesta, pero tampoco la duda— quiero hacerte una pregunta, es sobre tu futuro.

—¿Que quiere saber...?

—Ibrahim... ¿Estarías dispuesto a casarte con Cerem? —aquella pregunta golpeó al Pasha quien no supo qué responder.

Minutos de silencio inundaron la habitación, Suleiman había extendido la propuesta por una simple razón, Cerem era para él un simple capricho que mantenía por el afán inconsciente de castigar a su Pasha. Era un  capricho que ahora resultaba interesante, pero que con el tiempo acabaría dejando de lado, orillándola al mismo destino que Mahidevran.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora