El dolor de un pérdida es indescriptible para quien la vive, pocas veces se es consciente de la pena que siente una persona al veer morir a un ser amado hasta que tu te ves en su posición, es solo hasta entonces que entiendes lo que significa morir y aún así seguir respirando.—Mi señor, los arreglos funerarios ya están listos, las tumbas de la Sultana Gülfem y la Sultana Fasun ya están listas.
—Bien... Gracias, ya puedes retirarte —la voz del hombre fue tan vacía como su agradecimiento.
Había perdido a una de sus esposas por segunda vez, y de nuevo, había tenido la desdicha de tomar su cadaver entre sus brazos, pero esta vez no repetiría sus errores pasados, esta vez le daría un entierro digno, esta vez Gülfem descansaría dignamente, en un ataúd junto a su hija, con un nombre en su lápida, y con flores a su alrededor, porque ella no merecía menos que eso... Y su pequeña hija tampoco.
—Mi Sultan —la melodiosa voz de Gianna llevaba consigo un deje de tristeza, sus ojos, ligeramente rojos e hinchados por el llanto ahora reflejaban una pena que solo llegó a observar una vez en los ojos de Cerem— yo... Lo lamento —susurró con el ceño fruncido sin saber qué mas decir.
Aquella hermosa mujer de cabello rubio y ojos verdes lo miraba con tanta pena...
Los bucles de su cabello, sus grandes ojos, su pálida piel y su delgada figura...
Si cerraba los ojos podía llegar a imaginar a que era Cerem quien ahora estaba entre sus brazos y eso era un consuelo lo suficientemente sólido como para mantener a la concubina en su habitación al menos durante esa fría noche.
—¡Mi señor! —el mensajero entró a sus aposentos aún respirando con dificultad, tras él dos guardias alzaban sus espadas dispuesto a alejarlo del regente a cualquier precio.
—Déjenlo —ordenó el Sultan sin mucho animo, si un simple mensajero entraba así era porque algo ocurría en algún lugar de su Imperio— ¿Que es esta falta de respeto? ¿Como te atreves a entrar así a mis aposentos? —preguntó aún sin alzar la voz, pero con un tono firme.
—¡Sultan! —el hombre jadeó por aire— ¡Si es su deseo entonces máteme...! —exclamó arrodillándose frente a él con una expresión agobiada— pero por favor, le ruego que primero lea la carta que envió el Visir, le ruego que por favor atienda nuestro llamado —el sirviente casi se arrastró hasta el escritorio en busca de clemencia.
Ningún vasallo dentro del palacio de Constantinopla podía decir que confiaba en el juicio del Sultán, el hombre había demostrado en cada una de sus visitas que no era alguien de fiar cuando se trataba del bienestar de su familia, Suleiman era en secreto, despreciado por los sirvientes, quienes jamás se atrevieron a decirlo en voz alta.
El esclavo frente a él era en realidad uno de los creyentes mas fieles de esta idea, de la creencia de que el hombre en el trono era mas que capaz de sacrificar a su propia familia solo para mantener un poco de paz dentro de su turbulento harem.
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El Sultan - Mi Leon
Fanfiction-Lo lamento mi Sultan, pero... No hay nada que pueda hacer. -¡¿Que me estas diciendo? Hurrem cerró los ojos resignada e impactada ante las palabras que anunciaban la muerte de una de sus mayores enemigas. -Que Allah reciba a Mahidevran en su reino.