Sentimientos

2.9K 365 7
                                    


Las semanas siguieron pasando y la tormenta comenzó a alejarse de la provincia, los desastres causados por las inundaciones comenzaron a controlarse gracias a la oportuna intervención de los emisarios enviados por el palacio.  

Una carta fue enviada a Inglaterra por parte del noble quien se encontraba mas que cómodo dentro de las murallas del palacio, cuando las lluvias comenzaron a cesar el pueblo cobró vida una vez mas haciendo que durante las mañanas comenzaran a escucharse multiples voces que parecían mezclarse con el pasar de viento. 

Con el cese de la lluvia, el emisario tuvo la oportunidad de ver otras facetas de su anfitriona, la primera vez que tuvo la oportunidad entendió porque Cerem se esforzaba tanto en su trabajo.

En cuanto tuvo la oportunidad, la Sultana salió del palacio para asesorarse de que el pueblo  estuviera bien, Arturo bajó con ella en esa ocasión y pudo ver personalmente el efecto que causaba la mujer en sus súbditos.

 El pueblo la miraba con total admiración, las alabanzas y la alegría al ver llegar no se hicieron esperar, así mismo, Cerem convivía con sus súbditos, saltándose  cualquier protocolo que alguna vez el noble llegó a conocer, Arturo estaba seguro que incluso los Otomanos tenían protocolos que debían seguir.

—Mi reina —habló— Catalina de Aragon, es igual a usted, fue muy amada por el pueblo y muy amada por nuestro rey.

—Me alegra escuchar eso, es bueno saber que en el mundo hay muchas otras mujeres que con su poder marcan la diferencia para el pueblo —murmuró con cierta alegría.

Cerem siguió recogiendo en una canasta las frutas que los pobladores le ofrecían, siempre llevando una sonrisa en su rostro.

Otra ocasión se dio una mañana en la que el hombre despertó incluso mas temprano que de costumbre, incapaz de volver a recobrar el sueño salió de su habitación queriendo tomar algo de aire fresco

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Otra ocasión se dio una mañana en la que el hombre despertó incluso mas temprano que de costumbre, incapaz de volver a recobrar el sueño salió de su habitación queriendo tomar algo de aire fresco.

El sol aún no había salido en su totalidad, el alba apenas se vislumbraba dejando el cielo teñido de un hermoso violeta que entre las nubes se difuminaba con un tenue color rosado, la tenue claridad propiciaba un ambiente perfecto para una caminata por los hermosos y bien cuidados jardines del palacio.

Al principio el hombre se dedicó a mirar  las flores del jardín, hermosas y coloridas en su mayoría, pero entonces una leve carcajada desvió su atención.

No muy lejos de él se encontraba la anfitriona del palacio, riendo levemente mientras su cabello, que generalmente se encontraba cubierto por un velo se movía salvajemente a causa del viento que propiciaba el movimiento feroz del columpio en el que estaba subido. 

Los pies de la Sultana  estaban descalzos y hacían contacto directo con el césped verde y húmedo por el roció. Al observar mejor la escena el hombre pudo ver que a unos metros del columpio se encontraban el par de finas  zapatillas mientras que por otro lado el velo yacía en una de las altas ramas del árbol, quizás este había  volado, incapaz de resistir el movimiento del columpio o quizás en un arrebato su dueña había decidido  lanzarlo lejos.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora