Cerem

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—Por favor... Déjenme ir —una niña lloraba a los pies de los hombres que con una patada la alejó de sí mismo.

—Ya  deja de llorar niña, hoy vendrán por ti.

La muchacha lloró amargamente ante esas palabras y esperó en un rincón rogando por que el  destino fuese bueno con ella.

—¿Quién es ella? —preguntó el Visir señalando a la niña que lloraba en una esquina.

—Esa es Jade, una esclava sin nombre o tierra, es muy callada y dócil, también es muy sana y servicial, si la quiere tendrá que pagar un poco más por ella —aclaró.

El hombre lo pensó un poco antes de hablar.

—Bien, dámela.

...

—¿Cómo te llamas muchacha? —preguntó la Daye.

—No tengo nombre, me llamaré como ustedes lo decidan —dijo en respuesta.

—No tengo nombre, me llamaré como ustedes lo decidan —dijo en respuesta

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—¡Cerem! Muchacha, apresúrate y ven aquí.

—¡Voy! —una muchacha de ojos azules comenzó a correr con las telas por todo el Harem hasta llegar al llamado de la Daye.

—Lamento la demora.

—Ya olvídalo pequeña, dame eso y sigue con tus labores —la joven asintió.

Antes de irse del lugar miró a su alrededor emocionada por la próxima fiesta viendo como las concubinas se preparaban y prestando especial atención a aquella chica de cabello rojo quien a sus ojos era realmente hermosa.

—'Tiene la belleza de una bruja' —pensó para sí misma ante de salir del lugar a toda prisa— debería ir a los jardines, las flores del Este están a punto de secarse —murmuró.

—Madre... ¡Mamá! —un niño se escuchó llorar a lo lejos.

—¿Qué está...? —con cautela Cerem se acercó hasta el origen del llanto encontrando a un pequeño niño escondido entre los rosales— perdona... ¿Estás bien pequeño?

—Mamá... —fue lo único que murmuró un niño que no parecía tener más de dos años.

—Ven aquí —la joven tomó al niño en sus brazos pensando en cómo calmar su llanto— Dios... ¿Dónde estarán tus padres?

—Mamá...

—Shh shh... Deja que todo calle, todo oscurecerá, cuando las olas vuelvan la luna nos seguirá~

Poco a poco los quejido se convirtieron en tenues lamentos.

—Días igual que noches, solo queda caminar rogando entre bailes tener vida, tener paz.

El niño finalmente calló rendido en los brazos de la sirvienta quien comenzó a mecerlo esperando que este no despertara pronto, con delicadeza esta tomó la tela que cubría sus hombros y lo cubrió del sol.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora