La condena pt.1

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El vapor en la habitación hacía del lugar un sauna poco cómodo, pero cumplía con su deber pues poco a poco las vías respiratorias del infante comenzaron a abrirse nuevamente dejando que la flema que impedía su recuperación saliera de su sistema.

Con el pasar de las horas el respirar para el niño dejó de ser algo tortuoso, con ayuda de Cerem la medicina que le fue dada no terminó siendo vomitada por el infante y despues de un par de días Mustafá volvió a comer con normalidad.

—¿Estás segura de que puedes levantarte? —ella asintió.

—Estaré bien Daye, solo daré  una vuelta por el jardín, la primavera llegará pronto y me gustaría ver el paisaje frío antes de que todo acabe.

—Muy bien muchacha, pero mantente abrigada —un asentimiento se dio como respuesta.

—Daye... ¿Cuándo volveré a la cama con las criadas?

—¿Qué quieres decir muchacha?

—Estoy muy agradecida por la amabilidad de la Madre Sultana al darme un cuarto para que me recuperara, pero ya estoy un poco mejor y no quiero abusar de su amabilidad.

—No digas tonterías Cerem —reprendió— la  madre Sultana no piensa en ti como una carga, de igual forma estos aposentos están vacíos desde el incendio así que solo limítate a agradecer y descansa aquí hasta que tus heridas estén sanadas.

 —Bien.

Sin decir más la menor tomó un abrigo de algodón y se dirigió al jardín dentro de Harem para caminar un rato y tomar aire esperando despejar sus pensamientos. Estar en el mismo cuarto que le había pertenecido a Ayse era abrumador.

Ambas habían llegado juntas a ese lugar, ambas habían sido  sirvientas del difunto Sultán y cuando el nuevo fue nombrado Ayse tuvo la dicha  de ascender a favorita puesto que defendió con uñas y dientes, y aún así la amistad que habían formado jamás se miró afectada por  la diferencia de rangos.

Ayse siempre buscaba la compañía de Cerem y en el momento en el que  Mahidevran murió fue su  amiga quien la defendió de cada comentario mal intencionado incluso enfrentándose a la misma Hürrem para cuidar de ella, y ahora no quedaba nada más que la certeza de saber que jamás volvería a escuchar una palabra de consuelo de la que consideraba su hermana.

Y esa idea fue suficiente para destruir su corazón.

—¿Que hace fuera de la cama? —preguntó Firial viendo a la joven parada frente a un rosal marchito.

—Por Allah, se volverá a enfermar y seremos nosotros quienes cargaremos con la culpa —dijo Gul Aga para sí mismo caminando hacia la castaña.

La menor no parecía darse cuenta de su presencia y eso les permitió notar las gruesas lágrimas que corrían por sus mejillas  mientras sus ojos mantenían una mirada perdida, casi inexpresiva.

—Cerem  —llamó Firial.

—Señorita Firial —la menor alzó la mirada y mostró una sonrisa sin ser consciente de sus propias lágrimas— ven, vayamos adentro, el frío está aumentando y la madre Sultana quiere hablar contigo.

—Bien —las lágrimas dejaron de brotar y el trío se dirigió hasta los aposentos de la mujer.

—Cerem, me alegra que estés mejor muchacha —la mujer dejó que la joven besara su vestido y pidió que alzara la mirada para  detallarla mejor— tus ojos están rojos y algo hinchados ¿Ha ocurrido algo? —la contraría negó.

—Tal vez sea por el pronto cambio de temperatura, suelo enfermarme rápido así que no se preocupe tanto.

—Muy bien muchacha, te he llamado aquí porque quería darte  un regalo como agradecimiento por salvar a mis nietos —la mujer hizo un seña para que sus sirvientas trajeran un cofre— tómalo sin culpa, es algo que te mereces  —aclaró viendo la expresión de sorpresa en su rostro— ¿Por que no miras que hay dentro?

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora