Noches

4.1K 508 34
                                    


En Constantinopla habían cosas que eran hermosas por ser efímeras, otras eran bellas por ser duraderas y algunas mas eran comunes, tan comunes que habían perdido la belleza para aquellos que las sintieron día tras día. El frío y el silencio eran una de estas bellezas olvidadas, la noches y la luna eran en cambio telares que solo acentuaban la belleza de este común paisaje.

"Por qué la luna misma hierve de celos al ser opacada por la luz de tus ojos"

Mentira.

"Por que tu voz es el mar en el que navego con calma" 

No es cierto.

"Por qué las estrellas siguen guiándome hacia ti"

—Y aun así te casaste... —murmuró leyendo aquel poema por décima ocasión.

Se rendía, todo podía irse al infierno, aquel maldito palacio podía arder hasta las cenizas. Cerem se rendía, aquella noche postraba su bandera de rendición a los pies del harem. Había sido ilusa al sentir emoción por volver a ver poemas en las  cartas de Suleiman.

—¡AHHH! —gritó frustrada rompiendo aquella carta— ¡Maldito seas! ¡Tu y tu esposa! ¡Tu y tus cartas, tu poesía, tus palabras vacías!  —Cerem corrió a su escritorio para sacar las cartas que había guardado hasta el momento— ¡No necesito tus palabras! ¡No deseaba tu amor en un primer lugar! —sin siquiera pensarlo la mujer lanzó todo al fuego esperando que ardiera junto a las cenizas del amor que aún guardaba por el regente.

Estaba harta. 

No deseaba ser amada por el Sultán, no deseaba que sus ojos volvieran a posarse en ella, no necesitaba ilusionarse, aquellos poemas, las largas cartas que guardaban en sus párrafos palacios construidos solo para ella eran solo una bazofia que acabarían por matarla.

¡No acabaré como la Sultana! —gritó desesperada al sentir que su corazón seguía llorando por aquella boda— no moriré de amor... —aseguró tratando de regular su respiración.

Las noches de invierno que pasó a su lado se sintieron tan cálidas como el verano, su voz era la primavera que ella hasta ahora había extrañado, pero para su suerte, la carta de Hatice la hizo entrar en razón.

"Mi corazón está roto"

"No puedo vivir sin él"

"¡Me ha utilizado!"

De repente las voces de aquellas que alguna vez fueron su familia volvieron a su mente en forma de lamento, las veces en que fueron traicionadas, las lágrimas que apagaron su espíritu, los lamentos, las humillaciones. No deseaba nada de eso, no estaba dispuesta a pelear por el amor de un hombre y tampoco a morir por ese amor.

—Cerem... —aquella voz pareció no venir de ningún lado.

—'Todos son iguales, no creas que él es diferente' —aquella frase fue repetida como una fiel oración.

Poemas, cartas, promesas... Todo se había quemado y aunque pensó que eso le daría paz, no logró sentirse menos miserable, tampoco bajó su ira o sus celos. Arrepentida por la perdida de sus cartas trato inútilmente de rescatar los restos del furioso fuego. 

—¡Ah! —se quejó ante el dolor de la quemadura.

Por un momento la mujer quiso volver a llorar.

—¡Mamá! —detrás de la puerta de su habitación el llanto de Mustafá  inundaba el pasillo.

Las sirvientas habían intentado durante horas abrir la puerta de sus aposentos, pero no había resultados, incluso el propio Malkocoglu trató de hablarle para hacerla abrir la puerta, pero ella se negó a cualquier posible consuelo, sin embargo Maria fue mas inteligente, la sirvienta sabía que exponer al niño a esa situación estaba mal, pero la preocupación que le causaba los constantes estruendos dentro de la habitación la hizo actuar contra toda lógica.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora