Bandera blanca

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Tan impasible como ya era su costumbre, con una línea dibujada por sus labios y unos ojos dibujados por Allah. Su cabello siempre escondido tras un velo y sus  manos siempre enlazadas, como si separarlas fuera un pecado.

—Cerem... —el hombre no supo qué decir— ¿Como te fue? —se limitó a preguntar.

—Logramos resolverlo, gracias por su preocupación —contestó acercándose a los almohadones para cargar a Mustafá.

—Permíteme —pidió ofreciéndose a cargarlo— debes estar cansada. 

Ella no se negó y ambos caminaron en un interrumpido silencio, él caminaba frente a ella, ella miraba su espalda recordando las incontables ocasiones en las que vio aquella silueta, un recuerdo agridulce de un época en la que su desdicha era poca.

Una vez el niño estuvo acostado en sus aposentos junto a Maria, ambos estuvieron dispuesto a separar sus caminos, pero un arrebato de valentía o estupidez llevó a la concubina a invitarlo a sus aposentos, algo que el regente aceptó inmediatamente.

Sentados en la habitación ninguno se atrevió a decir algo. La luna los había abandonado y el fuego siendo su única luz parecía querer apagarse pronto.

Entre tanto Suleiman miraba sin disimulo cada movimiento hecho por su concubina, alejado claro está. Por primera vez supo guardar una sana distancia, ante el miedo de echarlo a perder y frente a la esperanza de ser perdonado.

—¿Cuánto mas estará aquí? —preguntó.

—Me iré de tu habitación si así me lo pides.

—Me refiero a Constantinopla —aclaró rápidamente— ¿Cuánto tiempo espera quedarse?

—... No lo sé, quizás unas semanas más.

—Comprendo —se limitó a  decir.

—¿Quieres que me vaya? —preguntó sabiendo la respuesta.

—Mi opinión no importa —ante los ojos insistentes del hombre y el silencio pesado, ella se dispuso a hablar— Si... Espero que se vaya pronto.

—Cerem... —¿Que mas podía ser además de llamarla?— si te llegué a herir... Juro que esa no era mi intención, estaba frustrado y yo-

—Y usted es un hombre —culminó— como muchos otros debo decir... No esté tan preocupado por mi señor, como usted hubo otros mil y habrán mil mas en el futuro, no es como si esperara algo diferente.

—Yo realmente... 

—Si esperaba algo diferente —admitió con un nudo en la garganta— pero fue mi culpa por hacerme ilusiones burdas.

—Te amo.

Aquello detuvo cualquier reclamo.

—Entonces váyase... —pidió haciendo una tregua con sus lágrimas— porque su amor me está matando de tristeza —confesó haciendo las paces con su corazón.

—Cerem —el hombre se acercó a ella tratando de calmar su llanto— perdóname —susurró. 

—No puedo... —confesó— no le creo, no creo en su amor o en usted, no despues de ser ignorada, lastimada y humillada tantas veces... Posiblemente usted me quiera, eso solo lo sabe Allah —aseguró secando sus lagrimas— pero lo que yo se es que usted tiene un don para herirme, y no puedo arriesgarme a acabar con el alma rota.

—Puedo cambiarlo, dame la oportunidad —pidió.

—Solo váyase —sostuvo— su esposa e hijos están en Estambul, aquí no hay nada para usted.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora