Afirmaciones

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—Agradezco sus regalos y que se hayan tomado unos días libres de sus deberes para venir a celebrar el cumpleaños del príncipe. 

—Es nuestro placer mi Sultana —hablo el mayor de los hombre— mi pueblo fue olvidado por muchos años, pero con su llegada y la llegada de Habbad Pasha nuestras mezquitas han sido reparadas y nuestros campos fueron bendecidos.

—Eso es obra del Pasha, yo solo he sido una mediadora.

—No debe ser tan inconsciente de su propio mérito —regañó otro hombre— usted nos ha dado esperanza y ha sido usted Sultana quien ha propuesto los viajes periódicos por la provincia, esto nos ha permitido alzar la voz sobre nuestra situación con la seguridad de que seremos escuchados y atendidos.

Los regalos comenzaron a amontonarse sobre la mesa, desde frutas de gran sabor hasta joyas sencillas que con gran humildad le eran regaladas al príncipe.

—Sabemos que no es mucho comparado a lo que usted y el príncipe tienen en este gran palacio, pero es nuestra forma de agradecer por su cuidado —Cerem sonrió conmovida.

—Es mas que suficiente, el hecho de que estén aquí es por sí mismo un regalo, por favor sigan cuidando de sus pueblos y siempre acudan a mi si se ven en alguna necesidad —los hombres asintieron— Mustafá ¿Tienes algo que decir?

El niño miraba sus regalos lleno de anhelo, todas las frutas eran de su agradado, los juguetes tallados en madera se miraban divertidos  y las joyas le quedarían bien a su madre y a su prima.

—Gracias por sus regalos —dijo con una sonrisa— todos serán preciados para mi.

Los hombres rieron llenos de alegría ante las palabras del príncipe, un niño educado que no hacía menos el esfuerzo de su pueblo, callado, sensato para su edad, pero también muy alegre, Mustafá había sido criado de esa forma y hasta cierto punto los hombre no pudieron evitar reír  al ver en él, el reflejo de su madre.

—Cerem —aquella voz interrumpió el ameno ambiente.

La mujer se levantó rápidamente e hizo una reverencia para extrañeza de todos los presentes.

—Mi Sultán —aquellas palabras alertaron a los hombres que inmediatamente se levantaron dispuestos a mostrar sus respetos hacía  el regente.

—Sultan —de una forma unísona su nombre sonó dentro de aquella habitación, los representantes de cada pueblo yacían inclinados ante el hombre, eran al menos 10 hombres y tres mujeres, todos inclinados ante él como era de costumbre.

—Pueden volver a sus puestos —habló tranquilo tomando asiento a un lado de su concubina.

—No sabíamos que el Sultán estaba aquí  —comentó uno de los líderes lleno de nerviosismo.

—Llegue ayer sin previo aviso —se limitó a comentar— podría preguntar quienes son ustedes.

—Mi nombre es Kadri, soy el representante del pueblo costero de Constantinopla —un hombre ya mayor fue el primero en responder, su voz no sonaba nerviosa, mucho menos asustada, su tono era el de un hombre que ya había pasado por tres sultanatos— me alegra al fin conocerlo, es un honor para todos... —comentó— y es impresionante el parecido que tiene a su difunto abuelo.

La extraña afirmación llamó la atención de Suleiman, el hombre le hablaba con respeto, pero no con el respeto que se le debía como Sultán  sino con el respeto que se le daba a alguien joven, al hijo de un amigo quizás.

—¿Conoció usted a mi abuelo?

—Serví al difunto Sultán hasta el día de su muerte, despues de eso fui liberado como fue su voluntad —Suleiman sonrió.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora