La mañana llegó

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Las horas siguieron pasando en la habitación, el sol parecía dudar en mostrar sus rayos, pero el Sultán sabía que faltaba menos de dos horas para el amanecer, así que entendía el porqué la sirviente ahora dormitaba en una silla al lado de su cama mientras en aceite en su espalda se secaba.

Aquella noche le había servido para ordenar su mente y alejar sus frustraciones, el hablar con alguien que lo escuchara sin juzgarlo de ninguna forma y tener la certeza de que esa persona no diría nada ya que era demasiado cobarde como para levantar un dedo en tu contra era por mucho algo bueno.

—'Ahora te entiendo Ibrahim' —pensó al ver a la castaña dormida en la silla.

Cerem en busca de comodidad  movió su cabeza para acomodar su cuello haciendo que todo su peso me moviese a un lado perdiendo en el acto su equilibrio y cayendo de cara en la cama. Ante la brusca caída la menor se levantó rápidamente con ojos desorbitados y confundidos.

La escena fue suficiente para sacarle una carcajada al regente quien sin pena se burló de la graciosa situación.

—Lo lamento su Majestad —Cerem limpió su mejilla al sentir algo de baba— creo que ya debo irme.

—No es buena idea, pudiste irte a inicio de la noche, pero si te  vas ahora pensaran que te he botado de la  habitación y el Harem te comerá viva.

—Pero... Usted si me botó de la habitación —su mente aún no estaba lo suficientemente despierta como para detener su impertinencia.

—Si, pero a inicios de la noche, ahora si te vas yo también podría quedar mal, faltan solo un par de horas hasta el amanecer, duerme un poco y podrás irte cuando llegue el sol.

—No tengo pijama —se excusó de forma tonta.

—¿No puedes dormir con ese vestido?

—El vestido está hecho para que no se pueda dormir con el puesto, por algo me lo pusieron para venir a sus aposentos, se supone que debía ser quitado.

Aquella declaración sorprendió al monarca quien en un principio no supo qué decir; la castaña por su parte se tambaleaba en su propio eje de equilibrio y solo hasta entonces Suleiman entendió lo que pasaba.

—Cerem ¿Estas borracha?

—No, usted esta borracho —afirmó.

El hombre rió aún más fuerte al notar la situación, si bien ambos había tomado unas copas de vino, no creyó que estas afectarían a Cerem de una forma tan brusca.

—Bien, yo también estoy borracho ¿Quieres dormir?

—Si quiero~ pero esto es muy incomodo —se quejó comenzando a jalar las mangas del vestido hasta que una se rompió.

—Bien, te prestaré una túnica, solo debes cambiarte.

—¿Puedo elegir? —preguntó.

—Si, busca una en el armario.

—Bien —tambaleante, la castaña se movió hasta el armario buscando alguna túnica suave, al conseguir una tela de seda dorada sus ojos brillaron de emoción— ¡Quiero esta! —el hombre no supo descifrar el idioma en el que la menor hablaba así que se limitó a asentir— ¡Pero no mire! —advirtió señalándole— mirar a alguien mientras se se cambia  es ¡MUYYY! irrespetuoso, usted es el Sultán, no puede ser ¡Irreputuoso!

El hombre tapó sus ojos con una mano y comenzó a carcajearse de forma silenciosa. Suleiman sabía que de estar sobria Cerem no se hubiese atrevido a decir ni siquiera un tercio de lo que decía ahora, además del brusco cambio de voz de la menor quien generalmente mantenía un tono calmado y bajo, ahora el hombre la escuchaba cantar en una tonada desafinada mientras se vestía.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora