Desdicha

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Los días pasaron en el harem como si nada hubiese pasado, nada cambiaba dentro o fuera del lugar, incluso cuando Cerem despertó nada cambió realmente, una sirvienta fue ocasionalmente a limpiar sus heridas y llevar comida, pero no había palabras entre ellas u otros miembros del harem.

Muchas fueron a disculparse, todas arrastradas por Sumbul Aga quien las miraba con recelo, ninguna fue sincera, incluso algunas llegaron a sonreír ante el deplorable estado de Cerem. Después de los azotes recibidos por ella, no había sirvienta que sintiera verdadera empatía por la concubina.

Y despues de tres largas noches la Madre Sultana apareció ante ella junto a Hatice, Victoria y Hürrem.

—¿Como te sientes Cerem?  —la voz de la madre Sultana no reflejaba un verdadero interés, sus palabras eran simple cortesía que la concubina sabía responder.

—Estoy mejor, gracias por su preocupación madre Sultana, estaré mejor con algo de descanso... —la muchacha estaba rodeada por mujeres cuyo único objetivo era acabar con ella, ninguna sentía una real empatía hacia ella, todas esperaban a que muriera, eso era obvio ante sus ojos, pero era lo menos importante— ¿Dónde está el príncipe?

—Mustafá está en mis aposentos, me he encargado de cuidarlo personalmente —la matriarca notó como la expresión distorsionada de por preocupación se desvanecía ante sus palabras junto a un suspiro— no te preocupes por mi nieto, él estará bien, lo importante ahora es tu salud.

—Gracias por su preocupación madre Sultana... —los ojos de la concubina comenzaron a cerrarse ante el cansancio que sentía— yo estoy... Agradecida... —sus palabras comenzaron a arrastrarse hasta que sin previo aviso la muchacha volvió a caer inconsciente.

—'Ni siquiera pudo mantenerse despierta' —pensó Hatice mirándola con desaire.

Cerem estaba consciente, pero no deseaba hablar, realmente no deseaba ver a nadie, estaba aliviada de que Mustafá estuviese con su abuela pues eso le daba tiempo de recuperarse sin pensar en que el niño sería dañado.

—Debemos salir, hay que darle tiempo para descansar —poco a poco las mujeres salieron de la habitación una tras otra en total silencio.

Cuando la puerta de la habitación fue cerrada Cerem tomó la libertad que le otorgaba su soledad para dormir pues no había mas que hacer durante el día, solo esperar la comida y la medicina que con algo de suerte  sería  cambiada por un veneno que daría fin a su rutinario aburrimiento, para llorar estaba la noche, ya sea por el dolor o la pena, la noche siempre parecía estar dispuesta a escucharla.

El saber que sus compañeras no sentían pena por su situación le hacía sentir miserable pues no había tal consuelo como la empatía, todas deseaban su muerte, algunas mas que otras, ninguna creía en su palabra, la envidia parecía haber cegado sus ojos y lo que antes celebraban como un logro ahora lo veían como una sucia artimaña.

El harem era el infierno mismo, no había azote que doliera tanto como la indiferencia de sus compañeras, la soledad era quizás su mayor miedo y ahora la miraba a los ojos burlándose de su miserable existencia.

—Ayse... Mi Sultana... —murmuró de forma inconsciente.

Como cada noche a su mente llegaron  todas las personas que alguna vez estuvieron a su lado acompañándola en su tristeza. Los  recuerdos de aquellos que murieron dejaban de doler con el tiempo, pero la idea de que ninguna de esas personas tuviese una lapida con nombre solo le recordaba que al momento de su muerte no habría sepulcro al cual acudir, y la repentina indiferencia de sus compañeras le aseguraba que tampoco habría quien llorara por ella.

Entonces solo quedaba la miseria como única compañía... Junto al melancólico soneto de un violin que la acompañaba como cada noche.

Aquella habitación contaba con una ventana que aunque pequeña, era lo suficientemente ancha como para dejar pasar el aire junto a la melodía— Pasha... —dijo en un suspiro de alivio y pena.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora