Visita

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Los días felices dentro de Constantinopla comenzaban a hacerse frecuentes, a diferencia de los habituales días tranquilos, las últimas semanas habían estado plagadas de un empalagoso aire de libertad.

Claro que nadie se estaba quejando, pero definitivamente era raro.

Los sirvientes del palacio de Constantinopla jamás se atrevieron a juzgar a su señora, no importaba que clase de extrañas cosas hiciera, ya fuese hablar en otro idioma cuando estaba estresada, correr descalza en las madrugadas, comer en exceso, no comer nada, romper un jarrón o regalar las joyas que el Sultán le entregaba, incluso cuando se encerró junto a un hombre que no era su Sultán, nadie dijo o hizo nada al respecto.

Pero si bien no juzgaban, todos ellos observaban atentamente cada movimiento de su anfitriona, muchas veces por simple hobby, y algo en lo que todos curiosamente coincidían era en el hecho de que, pese a ser libre, Han Cerem Sultán desprendía un aire de tristeza que solo podía atribuirse a un esclavo de un país recién conquistado.

Quizás por eso su señora era tan amable con cualquier refugiado que entrase a su provincia y quizás era eso lo que la había orillado a tener como ley principal la no discriminación. Eso era algo que a todos le agradaba, ella era justa incluso con aquellos que no lo merecían.

Por eso, ninguno de ellos entendía porque a su Sultana le ocurrían tantas desgracias.

—Bienvenidos —saludó la anfitriona al tiempo en que las mujeres bajaban del carruaje.

Como sirvientes, ninguno de ellos se atrevía a mirar directamente a los ojos de las nobles mujeres del Sultán, pero por sus finos ropajes, sus manos suaves y tersas y las joyas que adornaban sus muñecas, todos los presentes asumieron que las personas frente a ellos eran simplemente mujeres muy hermosas.

Aysun por otro lado, no temía lo mismo que sus compañeros y ese era quizás uno de sus mas grandes defectos, la sirvienta no conocía su lugar, o al menos no lo admitía frente a personas que consideraba poco importantes, y entre esas personas estaban por supuesto, las amantes del Sultán. Así que no tuvo reparos en mirarlas a la cara.

Y gracias a esa impertinencia notó inmediatamente las expresiones que dos de las tres mujeres mostraban groseramente.

—Así que tu también usas velo... —murmuró Arzú sin siquiera devolver el saludo.

—Es una costumbre de nuestra region —respondió Cerem calmada.

—Cuando una Han te saluda, como muestra de respeto tú te inclinas y devuelves el saludo —declaró Beyhan sin querer pasar por alto la falta de respeto.

—Ambas somos Sultanas y madres de príncipes, cuando la Sultana Cerem no se inclinó al recibirnos, creí que tampoco era necesario inclinarme —justificó al tiempo en que se inclinaba ante Beyhan.

—¿No crees que es un poco grosero no inclinarte ante nosotras Cerem? —preguntó Hatice ignorando las palabras de su hermana.

—Como Han, estoy en mi derecho de decidir ante quien me inclino, nuestro  Sultan me ha dejado en claro a través de sus cartas que mis reverencias deberían guardarse solo para cuando él este presente, así que lamento si los han tomado como una falta de respeto —una sonrisa ocultó el desagrado de la anfitriona.

Los sirvientes parecieron tomar fuerza de las palabras de su señora, al fin y al cabo, su regente no solo era una simple Sultana, ella era una Han, una mujer que había sido elegida por el propio Sultán para tomar las riendas de una provincia, un acontecimiento nunca antes visto.

Su Sultana no le debía nada a esas mujeres y debido a eso, ninguno de ellos debía temer por el futuro, pues su señora no los dejaría.

—Cerem —saludo una hermosa pelirroja de ojos azules, quien sin muchos rodeos se inclinó ante ella— es un placer verte despues de tantos años.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora