Parga

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Un mes había pasado desde su ida a la guerra, mes en el que había luchado por mantener a su ejército unido contra los rebeldes y el ejército europeo que parecía querer hundirlo en la desesperación. Las noches  sin dormir eran muchas y las fantasías por volver a su palacio lo seguían cada  hora del día y buscaban atormentarlo durante la noche. 

Sin Ibrahim a su lado las horas parecían aún mas extensas y las migrañas eran frecuentes, su consuelo mas fiel era volver a ver los rizos rojizos de la madre de sus hijos, la sonrisa de su hermana y el suave tacto de su madre que siempre era acogedor.

—Mi Sultán —llamó un guardia al notar que el hombre volvía a sumergirse en sus pensamientos.

—Apaguen el fuego, reúnan a los plebeyos, si los heridos no tienen esperanzas de sobrevivir no se molesten en ayudarlos, reúnan a las familias y vigilen la zona, si hay algún caballero herido quiero que lo traigan a mi con vida.

—Si mi Sultán —todos comenzaron a moverse por los alrededores mientras el hombre seguía mirando como las casas del pueblo ardían envueltas en llamas.

Suleiman sabía que ese lugar era en donde su mas fiel amigo había nacido y solo por eso esperaba ver entre la multitud  algo que le diera indicios de que la anhelada familia de su Pasha  seguía viva y con bien.

Las horas pasaron largas e interminables como ya era costumbre, si bien llevaba la delantera  dentro de la batalla sabía que aún faltaba mucho para volver a su hogar así que intentaba no pensar mucho en ello.

—Mi señor, han llegado unas cartas desde el Imperio, son para usted —el hombre las recibió sin mucho ánimo, cada cierto tiempo llegaban cartas relatando cómo se estaba manejado el Imperio, la única realmente relevante era la de Ibrahim aunque este solo decía que todo iba bien dentro del Palacio, algo obvio ya que el hombre sabía que su Pasha era quizás demasiado capaz de manejar el palacio con tranquilidad.

 Pero esa vez algo fue diferente, las palabras del hombre tenían un olor vagamente familiar, no era el aroma a tinta regular, pero no supo  describirlo, en cambio leyó las misma palabras vagas de siempre y una vana nota que deseaba que volviera con bien.

Las otras cartas subieron su ánimo casi instantáneamente. Hatice le deseaba salud y  a su  vez  servía como mensajera de Hürrem que a través de la letra de su hermana proclamaba su amor por él. Su madre le deseaba salud y avisaba que el Harem iba como se esperaba y que Victoria se encontraba bien vigilada, eso le daba esperanzas de encontrar al espía del palacio pronto.

Y por ultimo una carta de Cerem.

El olor a lavanda era mucho mas fuerte que en la carta de Ibrahim, eso explicaba todo, la letra del hombre estaba escrita en el papel, pero las palabras eran de su concubina quien le relataba las alegrías y disgustos de Mustafá con lujo de detalle, algunas palabras también pertenecían a Ibrahim quien corregía ciertos dialectos de la castaña, algo muy obvio para el Sultán pero invisible para cualquier otro que no fuese él.

Por un momento el hombre imaginó a su familia unida en una habitación escribiendo cada carta para él. Hurrem y Hatice hablando mientras su esposa buscaba las palabras correctas, su  madre mirando la escena junto a sus hijos, Ibrahim corrigiendo en el papel las malas pronunciaciones de Cerem que emocionada relataba las "aventuras" de Mustafá que pronto cumpliría tres años.

La simple idea le hizo sonreír y olvidar la cruel guerra que se desataba fuera de su campaña.

—Majestad —un jenízaro entró haciendo una reverencia— todos están reunidos y los soldados se encuentran en posiciones bien aseguradas.

—Saldré en un momento —el hombre buscó  su espada y alistó su traje dispuesto a salir sin entender del todo la imagen que se postraría frente a sus ojos.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora