Cerem estaba feliz de volver a tener una parte de su familia con ella.De haber ocurrido en cualquier otra circunstancia, la Sultana probablemente habría saltado de alegría, pero con el panorama actual y bajo sus circunstancias, la poca felicidad que ahora sentía era casi un milagro.
Estaba resignada a perder a su bebé, pero eso no lo hacía mas sencillo de ninguna forma y el tener a su madre aquí, preparando un canto para despedirlo según sus viejas tradiciones, hacía toda la experiencia, un poco mas real...
Hasta ahora, la muerte y la enfermedad de su hijo se sentía como un evento casi ajeno, esto a causa de su aislamiento obligatorio y al empeño que mantenían sus sirvientes por actuar frente a ella como si nada estuviera ocurriendo.
Incluso el clima había puesto de su parte, para construir la mentira, puesto que a pesar de las fechas, las lluvias torrenciales acostumbradas habían sido reemplazadas por lloviznas frías que al final dejaban arcoíris adornando el horizonte.
El mundo parecía seguir sin su hijo y esto llevó a Cerem a pensar que también debía seguir, incluso aunque no deseara hacerlo.
Su madre solo hacia esto mas real, Cerem no debía sentir resentimiento hacia la mujer que durante tanto tiempo la había cuidado, pero sus sentimientos habían tomado el control nuevamente, así que incluso si no lo decía abiertamente, la Sultana estaba resentida con la mujer por el hecho de que ahora estaba obligada a salir de aquel estado entumecido en el que su mente la había confinado.
—¿Que son esas madre? —preguntó viendo las hojas secas de una planta de un vivas color violeta.
—Son Dhanviers, hija mía, confío en que ayudaran mas que cualquier otro brebaje que le hayan dado a tu hijo hasta ahora.
En las memorias de Cerem, el recuerdo de su madre ayudando a los esclavos enfermos era quizás uno de los pocos que aún conservaban la claridad que el tiempo solía llevarse. Su madre había sido en su juventud, la curandera mas querida de su círculo, hasta el punto en que esclavos de territorios contiguos acudían a ella en busca de ayuda.
La castaña se sintió levemente tranquila al pensar en que su madre aún conservaba aquellos conocimientos a pesar de su ya avanzada edad, pues sabía que si bien no podría salvar a su primogénito, al menos haría de su muerte un acontecimiento mucho menos agonizante.
—Tu siempre lograbas que los hombres pararan de llorar incluso cuando sus piernas eran amputadas —rememoró con ligera nostalgia— ellos decían que tu nombre te hacía justicia, y morían con una expresión impasible... —los labios de Cerem se fruncieron y sus ojos se llenaron de lágrimas que nuevamente se negó a derramar— confío en que le darás la misma paz a mi pequeño bebé... ¿Lo harás, verdad madre? —preguntó viendo a la mujer frente a ella.
Zita trató de sonreír para darle algún consuelo a su abatida hija, pero fue incapaz al ver el reflejo de aquellos ojos tan vacíos. La mujer tenía la esperanza de curar a su nieto, no de darle solo un simple consuelo en lecho de su muerte, pero sus años como curandera le habían enseñado que la muerte siempre era una opción, sin importar que tan grande fueran sus esperanzas, así que por esta vez, la mujer prefirió acallar sus buenas expectativas y en cambio se limitó a asentir.
—Haré lo posible por calmar a tu bebé, tu solo debes esperar lo mejor ¿Lo entiendes? —la Sultana asintió, aún con el rostro lleno de angustia.
Un par de lagrimas brotaron, pero fueron rápidamente secadas por una fina tela de seda. Zita dirigió su mirada a su hija menor, quien inmediatamente se acercó a su hermana para reconfortarla.
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El Sultan - Mi Leon
Fanfic-Lo lamento mi Sultan, pero... No hay nada que pueda hacer. -¡¿Que me estas diciendo? Hurrem cerró los ojos resignada e impactada ante las palabras que anunciaban la muerte de una de sus mayores enemigas. -Que Allah reciba a Mahidevran en su reino.