Amor, amor, amor, amor

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—¿Y que pasará despues de que suba a ese barco? —preguntó— ¿Me olvidará una vez deje de verme? Porque de ser el caso ya me habría olvidado —afirmó seguro.

—Eso ya no será su problema, yo volveré a mi vida junto a mi familia y usted volverá a la suya junto a su gente.

—No deseo esa vida, no si usted no está en ella —la mirada dolida del noble fue un puñal en el corazón de la mujer.

—Pues yo no deseo estar en la suya —mintió— estaba bien antes de usted y estaré bien una vez se haya ido.

—Pero... Mi señora —el nudo en su garganta le impidió hablar correctamente.

—Pase una buena tarde señor —sin darle tiempo a hablar la Sultana salió del lugar a paso firme y rápido.

Con apresuro la mujer entró a su habitación y tomó el primer embace hondo que logró conseguir. Su estomago se contrajo dolorosamente y su garganta ardió, los guardias alcanzaron a escuchar el desagradable sonido de las arcadas que hacia la mujer al devolver la poca comida que había logrado comer el día de hoy.

 Su estomago se contrajo dolorosamente y su garganta ardió, los guardias alcanzaron a escuchar el desagradable sonido de las arcadas que hacia la mujer al devolver la poca comida que había logrado comer el día de hoy

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—Ten cuidado pequeño León.

—Estoy bien padre —aseguró el niño con una sonrisa.

—Bien, ahora vaya a lavarse, la comida nos estará esperando y tu madre se volverá loca si llega a verte así de sucio —comentó Ibrahim con cierta burla.

—Si, el niño caminó junto a Bali Bey por el palacio despidiéndose momentáneamente de su padre y tío, quienes con alegría comenzaron a caminar hacia el comedor.

—¡Apresúrate Balhar, la Sultana está muy mal!

—Fatima, calla por favor, alguien podría escucharte —susurró mientras caminaba a paso apresurado con la vasija de agua entre sus manos.

Las sirvientas cruzaron el pasillo encontrándose con la silueta del par de hombres quienes las miraban preocupados, pues obviamente habían escuchado las palabras de la sirvienta.

—Su majestad, Gran Visir —ambas se inclinaron.

—¿Ocurre  algo con mi hermana? —preguntó el Sultán preocupado.

—No mi señor... Es- —Fatima no pudo acabar de hablar pues el hombre regresó sobre sus pasos para apresurarse a llegar a los aposentos de su esposa.

Una vez entró  al lugar su preocupación se afianzó al ver a su esposa sostener un pañuelo sobre su boca mientras su mas fiel sirvienta la sostenía en buscar de aligerar su peso y su hermana trataba inútilmente de hablar con ella.

—Cerem, ¿Que pasa? —preguntó preocupado.

Suleiman se acercó logrando detallar mejor el panorama que lo rodeaba. La expresión preocupada de Aysun y Beyhan, contrastaba con la inamovible calma que expresaba Cerem en su rostro.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora