Suleiman y Arturo

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Los días posteriores a la llegada de Suleiman transcurrieron junto a una tormenta de incertidumbre para todos los que esperaban lo peor de aquella visita.

Por momentos los sirvientes sintieron que esta era una especie de prueba divina impuesta por Allah para desvelar sus lealtades. Pero la realidad era mucho peor, pues al menos Allah habría tenido misericordia.

—Sultán Suleiman —cuando el noble extranjero entró a la oficina en la que trabajaba el regente el color abandonó el cuerpo de los sirvientes que estaban en el lugar, al mimo tiempo, los guardias solo oraron por el bienestar de su Sultana.

—Lord Howard —el Sultán estaba calmado, casi impasible, pues para suerte de todos, había tenido una muy agradable noche a un lado de su esposa e hijo— me alegra que venga a visitarme sin que tenga que llamarlo, necesito hablar con usted sobre un par de asuntos —el hombre quien no bajaba la mirada se acercó para pararse frente a su escritorio.

Los ojos de Suleiman lo miraron lleno de curiosidad y duda, incluso si el muchacho deseaba verse imponente, no era al final mas que un simple noble que aún dependía de su padre.

—Pueden retirarse —habló haciendo que todos los sirvientes en la sala salieran del lugar.

Una vez la puerta fue cerrada el hombre se levantó de su asiento para acercarse al emisario.

—Me alegra saber que ha sido bien atendido en el palacio de mi esposa, en cuanto el flujo del puerto de Constantinopla vuelva a la normalidad yo personalmente me encargaré de embarcarlo en un buen barco que lo lleve a su reino —las palabras amables del hombre disfrazaban un doble sentido que el extranjero supo reconocer al instante.

—Estoy pensando en alargar mi estadía en Constantinopla su majestad —contestó de forma cortés.

—¿Tiene algún interés especial por mi Imperio?

—Solo... Solo he descubierto la belleza que esconde esta provincia, la calidez  del sol a pesar del frío clima, la hermosas flores que aparecen en la primavera son tan únicas  como la mujer que las cuida —una sonrisa se asomó en los labios del noble.

Las entrañas de Suleiman se revolvieron, aquella descarada mirada de anhelo lo enfermaba de odio y frustración, pero nada podía  hacer en contra de un noble extranjero que hasta el momento había sido un cobarde o quizás un hombre con mucho juicio.

—En eso tiene razón, Constantinopla ahora reboza de una belleza totalmente única, y eso es gracias a mi preciosa esposa —la mueca disgustada en el rostro del noble lo llenó de satisfacción.

El regente sabía que su comportamiento era similar al de un chiquillo encolerizado, entendía perfectamente que actuaba como un niño pequeño, pero deseaba permitirse sentirse satisfecho ante su victoria.

—Tengo entendido que Cerem es parte del harem del Sultán —la sonrisa interna se desvaneció en un instante— una concubina —recalcó— si lo que me han dicho es correcto, el Sultán tiene una esposa principal en Estambul llamada... Hürrem.

—Cerem es mi esposa —alegó con un tono mucho mas firme— al igual que Hürrem, ambas son las madres de mis hijos, parte de mi dinastía.

—No cree mi señor, que un poco injusto obligar a una mujer a pasar el resto de su vida como un jarrón sin flores —aquella pregunta fue lanzada sin tapujos, Arturo no temía por su vida, solo deseaba defender el honor de la mujer a la que consideraba su mas preciado descubrimiento— mientras su esposa y sus hijos viven cómoda y despreocupadamente en el palacio principal, Cerem es obligada a trabajar por una provincia que cada vez la sorprende con una nueva desgracia.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora