Pérdidas

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Los días pasaron en Constantinopla con gran entusiasmo, los cantos y bailes de las sirvientas eran complementados con el ocasional cántico de la concubina que en su tiempo libre se había dedicado a aprender algunas canciones de la nueva tierra que habitaba. 

Algo que no pasaba desapercibido para el Pasha, eran las multiples tareas que le eran otorgadas a Cerem durante el día, la mujer no solo se encargaba del palacio sino que también servía como apoyo para el pueblo.

—No... Por favor no —rogaba una mujer frente al cuerpo inerte de su hijo menor— hijo mío, despierta ¡Te lo ruego!

Cerem se acercó a la mujer con gran cuidado, la concubina tomó la tela que cubría su cabello y la puso sobre el rostro mancillado del joven perecido en guerra, padres y esposas se habían reunido en aquel rincón del palacio para reconocer los cuerpos de sus fallecidos y llorar sus pérdidas en intimidad.

—Les daremos un entierro digno —aseguró tratando de calmar a la mujer— haremos todo lo posible por darles un descanso cómodo.

—¡ALLAH! —gritó una esposa sin querer escuchar razones.

La mujer tenía a su pequeña hija en brazos y se retorcía de dolor frente al cadaver de su marido, Cerem dejó a la madre en los brazos de su marido y se encaminó hacía la ahora viuda tratando de darle algo de consuelo.

—No puedo aceptarlo... ¡Allah, por favor...! —rogó de rodillas— ¡Por favor devuélvemelo! —la concubina abrazaba a la inconsolable mujer en un intento por darle apoyo.

Ibrahim miraba todo desde la lejanía, el hombre se había camuflado con ropas sencillas por pedido de su hermana quien aseguraba imprudente ir a un lugar lleno de pena vistiendo con alhajas de oro y tela fina, pero pronto se dio cuenta de que esa no era la única razón.

—¡Esto es culpa del Sultán! —gritó una mujer iracunda— ¡Nuestro pueblo no tenía porque ir a la guerra! Nuestros hijos no eran soldados —bramó con el cadaver de su hijo en brazos.

Aquellas palabras encendieron la ira de todos los que habían perdido un familiar, pronto la sala se llenó de ira y maldiciones hacia el regente de aquel Imperio. Ibrahim estaba a punto de gritar en nombre de su Sultán, dispuesto a poner orden antes de algún motín el Visir tomó su espada, pero el joven soldado Malkocoglu intervino silenciosamente quitando la espada de su mano.

—El Sultán se preocupa por su pueblo —aseguró la concubina— de no hacerlo, los cuerpos de nuestros difuntos no estarían hoy aquí, la razón por la que sus hijos y esposos fueron enviados a esa guerra es porque nuestro señor no deseaba que la guerra pisara nuestras fronteras y matara a mas inocentes —Cerem buscaba ser la voz de la razón en un mar de voces que gritaba por ira y pena.

—No es momento de buscar culpables, es momento de llorar por nuestros difuntos y darles un entierro digno —apoyó el Pasha de la provincia.

Con aquellas palabras la calma volvió al pueblo, todos respetaban a la concubina y aún con la ira dentro de sus corazones, ninguno se atrevió a alzar la voz en su contra por mero respeto.

Con aquellas palabras la calma volvió al pueblo, todos respetaban a la concubina y aún con la ira dentro de sus corazones, ninguno se atrevió a alzar la voz en su contra por mero respeto

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El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora