Cerem Sultán

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El primer año fue difícil para los regentes, las mezquitas fueron arregladas gracias al nuevo presupuesto del Pasha, la concubina en cambio se encargaba de los comedores de beneficencia y de la construcción de baños públicos a favor del pueblo; el Pasha y la concubina al verse sobrepasados se dieron a la tarea  de recorrer toda la provincia para verificar por sí mismos que el dinero estaba llegando al pueblo y conforme pasó el tiempo, los resultados comenzaron a verse haciendo que Constantinopla se tiñera de alegría.

—¡Sultana Cerem! —aquellas palabras escandalizaron a la concubina quien sintió en su cuello el calor de una cuerda ahorcarla.

—Por favor no me llamen así, no soy una Sultana, soy una humilde concubina.

—Para nosotros es una Sultana, usted es la voz de nuestro Sultán en estas tierras —aseguró otra mujer.

—Nuestra Sultana es un angel enviado por Allah —aseguraron ante el espíritu de las festividades de primavera.

Aunque Cerem trató de hacer entrar en razón al pueblo, todo fue inútil, la costumbre de llamarla Sultana quedó dentro de los habitantes de Constantinopla.

—¿Entonces es así? —pregunto por encima vez a lo que el guardia asintió orgulloso.

Malkocoglu miraba los movimientos de la mujer con la espada en mano, ante la paranoia de la misma por no poder defender a Mustafá, el hombre se ofreció a enseñarle a manejar la espada en caso de una emergencia, no sin antes asegurar que no sería necesario pues él siempre trataría de estar presente.

—¿Desea algo de tomar?

—Muchas gracias Maria —el hombre aceptó gustoso la bebida que la sirvienta le ofrecía, ambos tenían una dinámica única pues convivían gran parte de tiempo siendo Maria la única que podía acercarse libremente al guardia sin que este la mirara mal— ¿Dónde está el príncipe?

—Está junto a Fatima, a nuestro príncipe le fascina cuidar de la pequeña Dilara.

—Nuestro príncipe tiene un corazón amable... 

—Al igual que nuestra Sultana —aseguró el guardia— siempre fue así... ¡Mi señora tome bien el mango de...! —la espada acabó clavada en un árbol a un escasos metros de un guardia que patrullaba la zona.

—Al menos no hubo heridos... —murmuró Maria.

La Sultana Beyhan solo pudo reír a carcajadas  ante su error, uno de los guardias que  custodiaba el  jardín se miraba pálido ante la cercanía de la espada a su cuerpo, por otro lado la concubina seguía disculpándose frenéticamente.

La Sultana Beyhan solo pudo reír a carcajadas  ante su error, uno de los guardias que  custodiaba el  jardín se miraba pálido ante la cercanía de la espada a su cuerpo, por otro lado la concubina seguía disculpándose frenéticamente

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—Muy bien querido —felicitó viendo al niño terminar de escribir la carta— el Sultán estará orgulloso de ti.

—¿Que es Haseki? —preguntó ante la nueva palabra.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora