¿Que hubiera sido?

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Una suave y fría brisa despertó a Cerem que de inmediato se topó con la imagen del hombre dormido junto a ella. Por un momento dudó en que hacer, si bien aquella imagen le sorprendió, no fue suficiente como para hacerla sentir nerviosa como en el pasado.

La Han sonrió ante aquel agridulce recuerdo que cruzó por su mente. Sin decir nada se acercó mas al hombre y se apoyó en su pecho, confiando en que su peso no sería suficiente para despertarlo.

Irónicamente, el único tacto gentil que alguna vez llegó a conocer venía del mismo hombre que tanto la había dañado. No conocía nada más y hasta cierto punto estaba acostumbrada, se había resignado hace mucho tiempo... Pero cuando su mano tocó la del hombre su razonamiento volvió a perder en los recuerdos que compartía con Arturo.

La mano de Suleiman era pesada, áspera y fría, totalmente opuesta al suave y gentil tacto que le ofrecía Arturo. Con cuidado Cerem comenzó a recorrer la mano de Suleiman con la suya, comparándola inconscientemente con las del noble Ingles.

¿Que se sentirá estar en su pecho?

¿Su tacto sería mas gentil y respetuoso?

¿Sus ojos verdes me seguirían mirando con tanta dulzura aún despues de aquel acto?

¿Sentiré lo mismo que alguna vez sentí con Suleiman?

Aquellas preguntas invadieron su mente haciéndola inconsciente de sus propios actos, sus pensamientos se habían apoderado de ella privándola de sentir cualquier estimulo o movimiento a su alrededor.

—Incluso sus poemas... Son tan hermoso como los que alguna vez guardé —murmuró.

Una suave caricia en su cabello la atrajo a la realidad, Suleiman ahora la miraba con extremo anhelo en sus ojos y una sonrisa en sus labios.

—Sultan Suleiman —con suavidad la mujer se alejó del pecho del hombre y soltó la mano que aún aprisionaba entre las suyas.

—Buenos días Cerem.

Un revoltijo de emociones acaparó su mente por un corto momento, la mujer con gran tranquilidad se levantó de la cama dispuesta a cambiarse por ropa mas cómoda.  Aún era de madrugada y el frio de la noche no era compatible con la incomoda y hasta cierto punto ligera ropa que ambos tenían.

—¿No desea cambiarse?

—Las sirvientas a estas horas están todas dormidas y no deseo ir a mis aposentos yo mismo, temo que que si salgo de tu habitación, no me dejarás entrar nuevamente —bromeó.

Cerem lo miró por unos instantes, Suleiman parecía de muy buen humor a pesar de haber despertado en la madrugada despues de un largo viaje, aquella sonrisa podía compararse fácilmente a aquellas que llegó a observar durante el invierno que ambos compartieron en Estambul.

—Espere un momento —pidió la mujer comenzando a buscar entre sus baúles, entre uno de los mas viejos logró encontrar aquello que tanto buscaba— tenga, por favor cámbiese, dormir con esa ropa no es bueno.

Una bata de seda dorada fue entregada a Suleiman quien solo pudo reconocerla despues de haberla observado durante un prolongado tiempo.

—¿Aun la conservas?

—¿Como me atrevería a tirarla? —respondió llena de cinismo.

La verdad era que Cerem había tratado de quemarla junto a las cartas años atrás, pero esto no había sido posible ya que no recordaba en que baúl se encontraba la maldita bata.

Ambos volvieron a la cama ya cambiados com ropa mas cómoda, el calor que les proporcionaba las sabanas y pieles parecía ser suficiente para Cerem, pero no para Suleiman quien con cuidado invadió el espacio de su esposa para abrazarla.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora