Amor olvidado

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El corazón de Hürrem no paraba de latir, aquella noticia le había caído como balde de agua fría, sus manos no dejaban de temblar; la idea de ser desplazada la atormentaba, no ser la dueña del corazón de Suleiman le causaba una terrible y desoladora tristeza.

La idea de que este viajara  Constantinopla la había mantenido inquieta durante todo un mes, pero al volver, cuando creyó que todo volvía a la normalidad... 

—¿Hürrem? —escuchar la voz de su esposo erizó  cada parte de su piel.

—¿Que haces?

—Me marcho —dijo con voz firme a pesar de su tristeza— antes de que me destierres a un palacio desolado, prefiero marcharme honorablemente junto a mis hijos —explicó sin ánimos de pelear.

—Hürrem, no voy a echarte.

—Pero me dejará a un lado, como lo ha hecho con Victoria y como lo hizo con Mahidevran —habló secándose las lágrimas y parándose frente al regente quien la miraba con gran molestia— Suleiman... Fue mi culpa, en gran parte... Yo colaboré en la muerte de Mahidevran, la maté de tristeza y no deseo correr con la misma suerte —la expresión del hombre se suavizó casi al instante— no deseo esa muerte para mi, no quiero que mis hijos se queden sin una madre... Y no se si aún estoy en tu corazón —el nudo en su garganta comenzó a impedir su habla— y tengo miedo... Miedo de que mis acciones alcancen a mis hijos.

Suleiman abrazó a su esposa con fuerzas y besó su cabello con ternura.

—Te amor Hürrem, eso no ha cambiado y tampoco ha cambiado el hecho de que eres mi esposa.

—Se sincero conmigo por favor... ¿Ama a Cerem? —Suleiman guardó silencio por unos instantes antes de contestar.

—Si, la amo —confesó— y me di cuenta de eso  solo despues de lastimarla, y me arrepiento —confesó sintiendo como el agarre de la pelirroja en su ropaje se intensificaban— pero eso no me ha hecho amarte menos —aclaró mirando los ojos llorosos de su esposa— realmente quiero que tu y Cerem se lleven bien, porque ambas forman parte de mi corazón, tu eres mi sol y ella es mi luna, jamás dejaré de amarte —aseguró besando brevemente los labios de su esposa.

—¿La traerás? —preguntó mas calmada.

—No por ahora... No creo que me acepte.

—Conociendo a Cerem, no va negarse —el Sultán sonrió— no sabe cómo negarse —comentó abriendo los ojos con una expresión de obviedad.

—Ya no es tan sencillo... Debí encadenarla a este palacio cuando tuve la oportunidad —murmuró— ella parece no querer perdonarme.

—¿Que has hecho?

—Muchas cosas ¿Deseas escuchar?

—No —cortó— pero estoy segura de que Ibrahim lo hará —la mujer ordenó a sus criadas que llevaran el equipaje al carruaje.

—¿A dónde vas?

—Iré al palacio de Hatice —respondió demostrando falsa calma— volveré... —aclaró— sólo necesito pensar... Alejarme de este palacio y de usted me hará bien, y también a mis hijos.

Suleiman no dijo nada, le permitió marcharse junto a sus hijos pues lo que menos necesitaba en ese momento era a otra esposa molesta, ya tenía mucho en mente con una en su contra y si la otra se levantaba entonces él moriría a causa de la revolución matrimonial.

—Ibrahim ¿Tienes tiempo?

—¿Es algo sobre el trabajo mi señor?

—No.

El Sultan - Mi LeonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora