Aquel veinticuatro de diciembre me desperté por un ruido ensordecedor que provenía de la planta baja de casa. Abrí mis ojos con torpeza y me volteé a ver mi despertador. Diez de la mañana anunciaba. Recordé todo lo que debía hacer aquel día. Principalmente ayudar a mamá y papá. Me incorporé de la cama y me dirigí al baño. Lavé mis dientes y enjuagué mi cara. Reí al verme a través del espejo, tenía ojos chinitos como los de Peter. Me recogí el pelo con una pinza anaranjada. Me vestí con ropa cómoda y fui escaleras abajo.
-Buenos días- saludé.
-Hermana- me dijo Ana levantándose de la banqueta y chocando su mano derecha con la mía.
-Hola ma- dije echándome en sus brazos.
-Hola solcito... ¿amaneciste bien?- dijo respondiendo mi abrazo.
-Si- susurré.
-¿Queres que te prepare un desayuno rico?- dijo con una sonrisa maternal.
-Dale- le dije con una sonrisa amplia al tiempo que dejaba un beso en su mejilla.
-María me voy a buscar... hola hija- dijo papá entrando a la cocina.
-Hola pa- pronuncié al sentir que dejaba un beso sobre mi pelo.
-Voy a buscar los caballetes a casa de Hernán-le dijo papá a mamá.
-Recorda decirles que los esperamos después de las doce- dijo mamá.
-¿Qué haces Ana?- le pregunté.
-Las tarjetas para el árbol de navidad- respondió escribiendo con su letra redonda y perfecta.
-¡No me digan que fueron a buscarlo sin mi!- me quejé caprichosa.
-Sabes que no... estaba esperando a que mi hija menor se levantase- dijo papá con dulzura. –Vuelvo de casa de Hernán y vamos ¿si?- yo sólo asentí.
Me dediqué a ayudar a mamá con la limpieza de casa luego de ir por el pino de navidad. Esa noche sería especial por demás. Sería la primer navidad junto a Peter en Capital. Su familia había viajado para festejar junto a su hijo esta fecha festiva. Él siempre se la pasaba en Bahía Blanca. Mamá tuvo la idea de invitarlos a festejar junto a nuestra familia.
-¿Hola?- dijo Ana atendiendo el teléfono de casa. -¡Cuñado! Todo muy bien ¿y vos?... me alegro... sí anda por acá con una sonrisa tonta en la cara... jaja... dale cuñado... hasta la noche...- dijo. No tuvo que pronunciar mi nombre que ya estaba a su lado.
-¡Mi amor!
-Hola mi chiquitina- dijo con voz dulce.
-¡Que lindo escucharte!- dije con voz de enamorada. Él rió.
-¿Cómo eso que andas por la vida con una sonrisa tonta en la cara?- me burló.
-¡Ya! No me cargues- dije e imaginó mi puchero.
-No me hagas así que no puedo darte un beso en el puchero ese- dijo y me reí.
-¿Todo bien amor?
-Sí, todo bien... ¿Cómo van esos preparativos?-me preguntó.
-Bien... algo cansada... mamá me tiene de aquí para allá- me quejé.
-En verdad te llamo porque mamá me pidió que te preguntase si necesitaban una mano con todo...
-No- lo interrumpí. –Que se quede tranquila... estamos diez puntos.
-Le voy a decir entonces... así se calma un poquito- dijo irónico y yo reí. -Te quiero ver Peter.
-¡Epa! ¿Qué pasó ahí? ¿Qué tiene mi nenita linda?- dijo riendo.
-¡Siempre me burlas!- dije fingiendo enojo.