Y cuando fui escaleras abajo creí tener un deja-vu. Aquel esquema se repetía en mi mente una y otra vez. Tenía diecinueve años cuando sucedió. Ocho años atrás Ana estaba sentada sobre la isla de la cocina escribiendo las tarjetas para el árbol de navidad. Ocho años atrás mamá preparaba el desayuno. Ocho años atrás papá volvía de correr.A diferencia de aquél día papá no iría a casa de Hernán en busca de un caballete.
-Buen día, hija.
-Hola, ma- y dejé un beso en su mejilla.
-¿Cómo dormiste?
-Como siempre- y tanto ella como Ana me miraron con pena.
-¿Vamos a buscar el pino, hija?- preguntó papá atándose los cordones de sus zapatillas.
-¿No te parece que tu hija está un poquito crecidita para ir a buscar el árbol de navidad?-preguntó Ana a la vez que agitaba la fibra para seguir escribiendo.
-Mi hija nunca va a ser grande para esas cosas-dijo papá abrazándome.
-Pa... tengo veintisiete años ya- dije riendo.
-¿Qué importa? Seguís siendo mi nenita- y fue duro oír la última palabra.
El teléfono comenzó a sonar y corrí hacia él. Mi cuñado aclamaba la ausencia de su mujer, mi hermana. Con su sonrisa tarada caminó hacia el teléfono y se pusieron a hablar. Años atrás aquello sucedía conmigo y con Peter.
Eran ya las diez de la mañana cuando con papá fuimos en busca del pino, como siempre. Sí que papá era un hombre divertido. Nos subimos a su auto y puso música al máximo. Hacía payasadas y me hacía reír hasta que el estómago me doliese. Sospeché que sólo quería despejar mi mente. Y aunque aquél hubiese sido el único motivo, todo estaba bien: lo había conseguido.
Aquel mediodía almorcé con Luciana y Bella. Hacía muchos meses que no las veía, y nos debíamos una reunión. Luciana y Benjamín habían puesto fecha de casamiento para el invierno próximo. Convivían hacía ya dos años y la vida les sonreía. Bella se había separado del tipo con el que noviaba desde hacía ya cinco años. Un encuentro fortuito con Felipe produjo que él la invitase a tomar algo una noche. Copa va, copa viene, hicieron el amor esa misma noche. Hacía ya dos meses que noviaban, y aquello me alegró el alma. Por Bella que lo necesita, y por Feli que estaba condenado por la maldita soledad. Con lujo de detalle se enteraron de mi separación. No se lo podían creer, pero así era. Así estábamos, desde hacía dos meses.
El resto de la tarde me la pasé empaquetando regalos. Ocho años atrás lo había hecho con el regalo de Candela y el de Peter. Ese día era el turno de mis sobrinos del corazón, y de sangre.
Juguetes para Nazareno, Rodrigo, Alan, Lautaro y Franco. Ropita para Tadeo y el futuro hijo de mi hermana: Andrés. Si bien llevaba tres meses de embarazo, la ecografía había sido completamente clara. Sin lugar a dudas, esperaba un varoncito. Otro para el montón.
-¿Hola?
-Amiga.
-Mery, ¿cómo va?
-Bien ¿y vos, La?
-Bien, recién salgo de la ducha.
-Ya era hora que te bañases, che- y largó una risita divertida. Reí ante su espontaneidad. –Lali te llamaba para decirte que con Pablo decidimos reunirnos todos después de las doce en casa ¿venís, no?
-¡Claro que voy!- exclamé feliz. -¿Van todos?
-Supongo... me estoy poniendo en contacto con todos ya...
-¡Buenísimo, Mery!... Me viene bárbaro así aprovecho para darles a los chiquitos el regalo de Papá Noel de la casa de la tía Lali.
-Te esperamos a la noche entonces.
-Sí, ahí voy a estar- y corté el teléfono con una sonrisa ancha en toda mi cara.
Ocho años atrás María me llamaba por teléfono para confirmar la salida de aquella noche. Nos habíamos reunido en casa de Pablo para salir a bailar por Costanera. Definitivamente aquél no era mi día.
Esa noche recibimos a toda la familia en casa de mis padres. Fue inevitable que las abuelas sensibles y las tías compungidas me preguntasen como estaba tras la separación. En aquellos momentos agradecí que mi hermana me salvase las papas del fuego. No era momento ni lugar para dialogar sobre aquello, sobretodo porque esperaban expectantes que les contase todo con lujo de detalle, y yo no iba a permitirme recordar tanto dolor y angustia.
Y exactamente a las doce de la noche recibí un llamado. Mamá, cómo hacía ocho años atrás, se asomó al jardín para comunicarme la llamada. El corazón me golpeteó con fuerza el pecho intentando salirse de lugar. Aquello era imposible, no tenía lugar bajo ningún punto de vista. Y la sonrisa torcida de mamá terminó de confundirme.
-¿Hola?- pregunté con miedo.
-Hola, Lali- y no me lo podía creer.
-¿Cómo te va atorrante?
-Bien... feliz navidad, cuñada.
-Gracias Bauti, gracias- y las lágrimas se salieron solas de mis lagrimales. –Feliz navidad para vos también.
-¿Cómo te lo estás pasando?- y ocho años atrás había mantenido esa conversación con su hermano.
-Bien, con mi familia... ¿vos?
-También- y dudó. –Esto Lali... quise... quise llamarte porque... te quiero mucho ¿sabes? A pesar que mi hermano y vos ya no estén juntos, vos... vos seguís siendo mi cuñada ¿sabes?
-Gracias, rubio... yo también te quiero.
-Tengo que dejarte, Lali... pero no quería dejar pasar este momento...
-No tenías por qué, Bauti- lo interrumpí.
-Quise hacerlo, sólo eso.
Nos despedimos diciéndonos lo mucho que nos queríamos. Dejé el teléfono sobre la mesita de la sala y subí a mi habitación. Al tiempo que volvía a echarme perfume las lágrimas me inundaban las mejillas. Ana entró dentro de su antigua habitación y sólo me abrazó con fuerza, compartiendo el dolor. Aquello sí que no había sucedido ocho años atrás. Ocho años atrás yo explotaba de felicidad.
Era la una de la madrugada cuando llegué a casa de Pablo y María. Todos mis amigos ya estaban allí, y todas las criaturitas dormían, con excepción de Neno, que, según su papá, "estaba pasado de revolución". Entregué todos mis regalos a los padres de mis sobrinos del corazón. Neno jugó con la pista de autos que le había comprado. Era un fanático de los autitos.
-Decile gracias, Neno- le dijo Daniela.
-Gracias madri- y corrió hacia mí y se colgó de mi cuello.
-De nada, amorcito... ¿te gustó?- y asintió sonriente.
-¿Y el padri?- y me quedé muda, no sabía que responderle. ¿Lo entendería?
-Ya te dije, hijo- respondió Agustín. –Se fue de viaje con sus papás- y miré confusa a mi amigo. -Está en Bahía- agregó Daniela mirándome.
Asentí y besé a Nazareno por toda su carita de muñeco.
-Mira, madri... mira- y me mostró un camión gigante y un tractor.
-¡Que lindo, Neno!
-Sí, me lo trajo el padri- y sonrió.
-¿Si? ¿Lo viste hoy?
-¡Sí!... como vos- y claro, se suponía que Peter y yo éramos un matrimonio que se veía siempre.¿Cómo explicarle a aquella criatura que sus padrinos ya no eran los de antes?
-Pasó por casa bien temprano a dejarle el regalo a Neno, nos pidió que se lo pusiésemos en el arbolito- contó Agustín.
-Salió esta mañana con la familia, Nahuel y Vale.
Volví a casa bien tarde. Mis amigos morían del sueño pero sentían la necesidad de hacerme compañía en ese momento. Me acosté en mi cama y me dispuse a dormir. Todo acontecía cómo hacía ocho años atrás. Yo en Capital, Peter en Bahía. Pero a diferencia de aquél año, no había un autobús esperando por mí para llevarme a su pueblo.