CAPITULO 100:FINAL FELIZ

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Y el tiempo se escurría entre nuestras manos. Las horas, los días, las semanas, los meses, los años transcurrían de manera indecentemente rápida. No obstante aquello nosotros seguíamos igual que siempre. Peter llevaba el mismo corte de pelo de los últimos años y sus ojos chinitos eran los mismos que desde los dieciocho años, cuando lo conocí. Dos veces por semana iba al gimnasio con Nicolás, por lo que el paso del tiempo, lo encontró con un cuerpo mucho más fornido. Seguía trabajando en la editora, y por las tardes, tres veces a la semana, era profesor del mismo taller literario en que yo era profesora. Lo cierto es que había dejado de ejercer como profesora en la facultad de Filosofía y Letras por la mañana, pero sí seguía por las tardes. De modo que Pilar concurría al jardín de infantes en el turno vespertino. Durante la mañana me quedaba con ella y hacíamos cosas de madre e hija. A mí el paso del tiempo me encontró con la misma estatura, el cuerpo algo más formado después de haber sido madre, y el cabello de la misma forma. A diferencia de años atrás, ahora llevaba flequillo hacia el costado, como el de Pilar.

Nos habíamos ido de vacaciones los tres juntos a la costa argentina. Mar de las Pampas había sido el lugar elegido. Peter tenía exactamente un mes de vacaciones, dada la antigüedad en la editora. Y cómo había sucedido cuando éramos adolescentes, los bahienses pasaron a visitarnos y se quedaron con nosotros casi una semana.

-¡Dale, tío!- gritó Thiago haciendo fuerza contra Peter. -¡Dale, dale, dale!

-¡Ay, hijo! ¡Por favor!- lo retó Valeria. -¿Qué queres del tío?

-Vamos al agua- le impuso Thiago a Peter haciendo caso omiso a lo dicho por su madre.

-Dale, campeón, vamos- y Thiago comenzó a tirar de la mano de Peter para sacarlo de adentro de la carpa.

-Va a estar fría el agua, chicos- dijo Nahuel devolviéndome el mate.

-¿No te la bancas, gil?- lo desafió Peter golpeándole el pecho.

-Eso, yo me la banco- agregó Thiago fingiendo fortaleza con su cuerpo, y todos nos echamos a reír.

-¿Venís, hija?- le preguntó Peter.

-No- y siguió jugando con sus baldecitos, palitas, rastrillitos en la arena.

-Vamos, muñeca- la animó Nahuel. Aquél ya era su apodo universal. -¿Vas a decirle que no al padrino?- y se agachó a su altura y comenzó a poner caras extrañas, y Pili comenzó a reír.

Y así los cuatro se fueron hacia el mar. Peter cargaba sobre sus hombros a su ahijado, Thiago. Y Nahuel caminaba de la mano con su ahijada, Pilar.

-No cambian más- dijo Vale largando una risita divertida. –Pasan los años y siguen iguales, antes porque éramos adolescentes... y ahora...

-Ahora también son adolescentes- la interrumpí.

–Aunque carguen con hijos- y las dos rompimos en risa.

Casi todas las noches en Mar de las Pampas cenábamos los seis afuera. Llevábamos a los pequeños a los peloteros o calesitas para dejarlos bien cansados y que se durmiesen temprano. Habíamos alquilado una casa que constaba de tres habitaciones. En una de ellas dormían Nahuel y Valeria, en otra Thiago y Pilar y en la última nosotros.

-¿Viste algo para Bautista?- le pregunté a Peter mientras me cepillaba el pelo. Él ya estaba tumbado dentro de la cama. La semana próxima volvíamos a Capital y sería el cumpleaños de su hermano.

-Creo que voy a comprarle ropa... vamos una noche al centro comercial y me ayudas a elegir ¿te va?- y asentí mirándolo a través del espejo. - ¿Pensas tardarte mucho más en venir por mí?

-¿Ansioso, Lanzani?- ironicé.

-No- y esbozó un gesto pensativo. –Sólo que te extraño- y rió al ver como yo mordía apenas mi labio inferior muerta de amor. –Vení acá conmigo- y marcó un hueco junto a él. Caminé en

su dirección y me metí dentro de la cama.

-Mmm... mi amor- intenté decir cuando me daba una tregua y me dejaba de besar. –Mmm... Pitt,dale.

-¿Qué?- y se separó abruptamente de mí con el entrecejo fruncido.

-No me pongas esa cara- y reí. –Pero para un poquito, amor- y aquellas cinco palabras bastaron para que se desplomase de brazos cruzados en el otro extremo de la cama. Claramente estaba enojado. -¿Por qué te pones así?- e intenté descruzar sus brazos pero me fue imposible.

-Por nada.

-Dale... no es para tanto...

-Exactamente, no es para tanto... déjame ver televisión- y ni lerda ni perezosa me subí sobre él y le quité el control remoto de las manos. – Damelo, Lali.

-Mírame- le ordené.

-Dale, Lali... quiero ver tele- y apagué el aparato y dejé caer el control remoto sobre la otra punta del dormitorio. –Sos la peor- y sin importarme siquiera un poco su enojo me lancé a su cuello.

-¡Dale!- y zamarreé su cuerpo. –Dame un beso bien.

-Para un poquito, amor...- me recordó mis palabras.

-Es que... Nahuel y Vale están en la otra habitación, Pitt...

-¿Y?

-¿Cómo y?- pregunté escandalizada.

-Yo solo quiero hacerte el amor- y con un movimiento ágil me hizo rodar en la cama, quedando su cuerpo sobre el mío. Reí por lo bajo, y acto seguido comencé a estremecerme. Sus besos pasionales sobre mi cuello me hacían perder la poca cordura que tenía.

-Te amo- dije con voz ahogada. Y seguimos besándonos apasionadamente.

-Yo te amo más- y su respiración poco regular hizo que pronunciara aquellas cuatro palabras de forma casi inaudible.

Y el tiempo siguió pasando. Los días, las semanas, los meses, los años. Nuestro amor seguía intacto, aunque, se había acrecentado un tanto más con el correr del tiempo. Aquella noche pasional en Mar de las Pampas concebimos a nuestro segundo hijo. Nueve meses después nació Tomás. Tomás Lanzani. Y como si aquello fuese poco, casi tres años después, apareció la frutilla del postre. Catalina Lanzani era, sin dudas, el mejor cierre de ésta historia de amor.

Y una noche más después de hacer el amor dentro de las cuatro paredes de nuestro dormitorio, a la vez que nuestra hija mayor dormía plácidamente al igual que su hermano, y al tiempo que la recién nacida imitaba a su hermana y hermano, Peter y yo discutíamos sobre nuestra historia. Debatíamos acerca de cuál sería el final más feliz de todos para una historia de amor. Y más allá del tiempo que llevábamos juntos y de los tres hijos que nos unían, una frase se formó en su mente y fue expulsada por su boca. Sin duda aquello era la consecuencia, la justificación, la excusa también.

-Es que... lo nuestro es algo que no puede controlarse... no se... el amor entre nosotros explota... somos como esos amores perros-sonreímos y me apretó a su cuerpo para después

besarme cortamente en los labios, y así entregarnos los dos a un profundo sueño.

Y sin dudas aquellas dos palabras serían nuestro mejor epílogo: Amores Perros.

AMORES PERROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora