El reloj de pared anunciaba las siete y media de la tarde. Me vi dentro de la bañadera en medio de un baño de sales, afrutadas. Estaba sumergida con mi gran panza al descubierto. Por estar embarazada de casi ocho meses lo llevaba bastante bien. Cierto que me era bastante pesada la panza. No había engordado mucho, pero mi cuerpo se había deformado un poco, nada que no pudiese solucionarse después. Salí del baño envuelta en una bata de toalla. Ya me era imposible anudarme un toallón debajo de los brazos, mi chiquitita no lo permitía. Me vestí con unos pantalones negros de embarazada. Eran bien ajustados, pero a la altura de la panza se hacían mucho más holgados. Había sido un regalo de mi segunda familia, los Vetrano Vega. Me calcé una camiseta blanca y por encima un pulóver de lana color azul. Llevaba el mismo corte de pelo que desde hacía diez años. Me lo dejé suelto y me maquillé apenas. Me eché perfume y salí de casa. Hacía ya bastante tiempo que no podía manejar, aquello estaba prohibido para las embarazadas. Y yo estaba embarazadísima. Tomé un taxi, el que me llevó hasta la editora de Peter. Ya eran las ocho y media de la noche de un día viernes.
-¡Mariana!- exclamó Susana, la mujer de recepción. -¿Cómo anda esa panza?
-Bien, Susi... gracias- dije con mi sonrisa de lado. -¿Vos todo bien?
-Sí, mi querida... Juan Pedro está en su oficina ¿queres subir?- y las dos sonreímos tomando mi sonrisa como un sí.
Subí por ascensor hasta el cuarto piso donde quedaba la oficina de Peter. De camino me crucé con varios empleados y compañeros suyos, quienes me saludaron alegremente, e incluso algunos se animaron a tocar mi panza.
-Permiso ¿se puede?- dije asomándome por la puerta.
-Hola, mi amor- y vi su sonrisa de oreja a oreja. Estaba inundado de papeles y Agustina le hacía compañía. Se levantó de su asiento y caminó hacia mí. Tomó mi cara entre sus manos y me besó cortamente. –Hola mi muñeca- y dejó su beso en la panza. Cada vez que podía se encargaba de llenar de besos mi panza, acariciar o hablarle a nuestra hija.
-Hola Agus- la saludé.
-¿Cómo estás Lali?- y se levantó para poder saludarme. -¿Puedo?- y yo asentí. Tocó mi panza con suma delicadeza y sonrió al notar que justo en ese momento la beba estaba pateando. – ¿Se mueve mucho?
-Lo suficiente para no dejarme dormir por la noche- y nos echamos a reír. Agustina volvió a saludarme, y a mi hija también, y salió de la oficina de Peter.
-Qué lindo que viniste, amor- dijo Peter amontonando papeles. –Creí que nos encontraríamos en casa de los chicos directamente.
-Tenía ganas de venir a buscarte, estaba un poco aburrida en casa y bueno...
-Me parece muy bien- y me hizo trompita para que le diese un beso. –Tengo que ir a buscar unas planillas al piso de arriba... las busco y nos vamos ¿si?
-Dale, te espero acá- y me senté en su sillón de Licenciado.
-Extráñenlo a papá- y dejó un beso en mi frente y otro en la panza. Salió de su oficina con una sonrisa amplia, y yo lo imité. Me quedé allí sentada mirando las dos fotos que había sobre su escritorio. En una estábamos los dos mirándonos de perfil. Era sumamente antigua, teníamos unos veinte años. En la otra yo estaba sentada sobre sus piernas. Yo es un decir, las dos estábamos sentadas sobre sus piernas. En esa foto llevaba seis meses de embarazo.
Salimos de la editora unos minutos más tarde. Esa noche el primer cumpleaños de Thiago nos convocaba en casa de Nahuel y Valeria. Peter era su padrino, y yo su tía del corazón. Durante el trayecto en auto fuimos escuchando música suave, un jazz, el que calmaba a nuestra chiquitita. Peter llevaba una mano en el volante y la otra sobre mi panza. Nunca se cansaba se acariciarla, y a mí eso me gustaba.
Entramos dentro de la casa de la familia Basterrica, y todos nuestros amigos ya estaban presentes. Incluso Paula y su novio Alejandro. Se habían instalado en Capital porque a Ale lo habían trasladado a un hospital de la ciudad. Era médico pediatra, y Paula seguía sus pasos. No le quedaba mucho tiempo de residencia. Ella y Peter eran los padrinos de Thiaguito. La cara de felicidad del ahijado de Pitt fue increíble cuando vio su regalo. Era un andador de última moda, como el que alguna vez le habíamos regalado a Neno, quien al verme se colgó de una de mis piernas, y pretendía llamar la atención de Peter a toda costa, eso de compartirlo no le gustaba mucho. Que Nazareno llenase de besos mi panza ya era una costumbre, y de las más lindas. Y fue duro que todas las criaturas entendiesen que yo ya no podía auparlos como quería o como hacía tiempo atrás, la panza me impedía cualquier movimiento fuera de los normales.
Una vez que todos terminamos de cenar y Thiago sopló la velita de cumpleaños con ayuda de sus papás, Nahuel se fue en dirección a su habitación y volvió unos minutos después junto a su eterna compañera: la viola. Se sentó sobre el sillón junto a Valeria quien sostenía en sus brazos al cumpleañero. Intercambió una mirada dulce con Peter y éste me tomó de la mano y me hizo sentar sobre sus piernas. Fue entonces que Nahuel empezó a cantar.
Tu sonrisa se hizo el pan con dulce de mis mañanas
Todavía no se nombrar éste amor que me desarma
Cuando te veo así, panzón y filibustero
Lo único que me importa, ahora sí, es llegar a viejo.
Te trajimos a un lugar absurdo, difícil y hermoso Lleno de gente que salta a cabecear con los codos
"Hay que andar con pie de plomo", dicen las bisabuelas
Yo diría que vayas lento y parejo, pero que gastes tus suelas.
Yo daría un brazo por vos, pero a decir verdad
Papá sabe ser muy tonto, mejor dale la mano a mamá.
Vas a ver qué rico el mar, los besos, los amigos Van a dolerte a veces las muelas, mujeres y olvidos
Mira bien a los dos lados antes de cruzar la vida Y no te mastiques el viejo cuento de la otra mejilla.
Yo que vos no me pierdo ni el fútbol, ni Beatles, ni el tango.
De la gente con choferes yo pasaría de largo Si vas a decir mentiras, no pierdas la elegancia Se compañero en el vino y siempre caballero en las resacas.
Daría un brazo por vos, pero a decir verdad Papá sabe ser muy tonto, mejor dale la mano a mamá.
Y nunca le pongas a nadie la rodilla en la nuca No te tomes en broma jamás a los hijos de pu.ta Vas a tener que hacer mucho con lo que haremos de vos
Bienvenido a éste lío, hijo de mi alma, enano de mi corazón.
Yo daría un brazo por vos, pero a decir verdad
Papá sabe ser muy tonto, mejor dale la mano a mamá,
Dale la mano a mamá.
Y me bastó oír la primera estrofa para largarme a llorar como una loca. Cierto que el embarazo me había hecho más sensible y susceptible que de costumbre. Pero es que esa canción que Nahuel le había compuesto a su hijo, a su enano, era tremendamente hermosa. Tenía su costado bohemio, pero era un gran aprendizaje. Y me imaginé todas y cada una de aquellas situaciones de mano de mi futura hija, y mi corazón experimentó una felicidad nunca vivida antes. Nuestra chiquitita pateó más de una vez a lo largo de la canción. El Bahiano se excusó en que su voz era música para los oídos de su futura sobrina del corazón, y todos reímos ante su comentario.
Con Peter volvimos al departamento no muy entrada la noche. Cada día era igual. Comenzaban a dolerme los costados y llegaba un momento en que el peso de la panza no lo toleraba. Faltaba poco, muy poco para que nuestra enana llegase al mundo. Muy poco para convertirnos, finalmente, en mamá y papá.