Al día siguiente desperté sin ganas. Era un día sumamente especial. Un día que, sin dudas, pasaría acompañada de mis más íntimas amigas: la soledad y la desolación. Quizás la angustia me visitase por la tarde, o bien, la tristeza me hiciese compañía durante la larga noche. Salí de la cama, y entré al cuarto de baño. Como todas las mañanas, vi mis ojos chinitos al despertar. Pero ya no reía, sólo sentía pena. Ya no era dueña de mi chinito, siquiera de sus ojos chinitos. Me duché con exagerada lentitud. Desde que me había separado de Peter, intentaba alargar todos y cada uno de mis actos. Creo, que para que mis días no fuesen tan largos y densos. Me vestí con ropa cómoda y fui escaleras abajo. Si bien, hacía meses que vivía en el lecho materno, la que alguna vez fue mi casa, no lograba acostumbrarme.
-Hola, solcito- dijo mamá con su voz angelical.
-Hola mami- y me dejé caer sobre sus brazos en un abrazo maternal.
-¿Te preparo el desayuno?- y asentí.
-¿Papá?
-Salió a correr con Hernán- dijo al tiempo que me servía el desayuno sobre la isla de la cocina. –Volverá en un rato.
-Está bueno que mantenga esa jovialidad- y las dos largamos una risita similar, de esas divertidas, con un dejo de ironía.
-¿Cómo estas, hija?- y sus facciones eran un tanto severas.
-Bien, ma- dije despreocupada.
-Vos... ¿vos recordas que día es hoy?- y titubeó al decirlo.
-Sí, ma... sábado- y me sentí una tarada.
-Hija...
-Sí mamá- y el tono de mi voz era penoso. - ¿Cómo crees que voy a olvidarme del cumpleaños de Peter?- y asintió con arrepentimiento.
-Yo... hija... esto...
-Mamá- la interrumpí. –Si queres ir a saludarlo, hacelo- y me miró con rareza. –Se lo mucho que lo queres- y sonreí de lado. –Todo va bien mami. -Vos también deberías ir a saludarlo- dijo haciéndose la tarada.
-No mami, yo no- y mi cuerpo adquirió total rigidez. –No están bien las cosas.
Aquella mañana desperté al sentir un gran peso sobre mi cuerpo. Abrí los ojos y me choqué con la sonrisa más linda que hubiese podido ver. Florencia estaba sobre mí, rodeando mi cuerpo.
De pie, junto al colchón, vi a mamá, papá y Bauti.
-¡¡Qué los cumplas feliz, qué los cumplas feliz, qué los cumplas Peter, qué los cumplas feliz!!-cantaron a coro.
-Gracias- dije con mi sonrisa torcida.
-¡¡Felices veintiocho, hermanito!!- exclamó mi hermana a la vez que me llenaba la cara de besos.
-Gracias, preciosa- e intenté salirme de su cuerpo para sentarme sobre el colchón.
-Felicidades, hijo- dijo mamá. Se agachó a mi altura y me rodeó con sus brazos. Me sentía tan protegido sobre el cuerpo de mamá.
-Gracias, ma, gracias- dije con voz rasposa.
-Toma hijo, que lo disfrutes- y fue papá el encargado de darme un bolsa. Dentro de ella encontré un vaquero sumamente canchero, junto a un chaleco color marrón oscuro, del estilo náutico.
-Me gusta, me gusta- dije extendiendo la ropa sobre mis piernas.
-Y éste es el nuestro- dijo Bauti con su voz grave. Flor me entregó otra bolsa. Unas zapatillas azules, que sabían que me fascinaban. Y una remera celeste manga larga.