Aquella mañana de lunes era feriado. Era un doce de octubre sumamente gris y lluvioso. Hacía ya dos días que había cumplido mis treinta años. Y por algún milagro extraño de la vida no me sentía mal. A mi no me había llegado la depresión por la edad. Aunque, en mi fuero interno, siempre supe que no se trataba de un ningún milagro o fenómeno de la naturaleza, sino de Peter.
Él que me cuidaba como si fuese capaz de hacerme añicos de un momento al otro. Me sobreprotegía, me celaba, se adueñaba de mí: de mi mente, de mi alma, de mi corazón, de mi cuerpo. Me agradecía cada noche por amarlo tanto, y cada mañana por haberlo hecho padre. Y claro que Peter y nuestra pequeña Pilar eran el motivo por el cual yo cada mañana despertaba, cada noche dormía –poco, debido al llanto de Pili-y nunca me olvidaba de respirar.
-Mmm... hola- y su voz rasposa me sacó de mis pensamientos. -¿Qué haces despierta a ésta hora?- y besó mi hombro.
-No se- y me encogí de hombros. –No podía dormirme, Pili estuvo algo quejosa por la madrugada.
-Sí, la oí- y se acercó a mí de modo que pudo hundir su cara en mi huello. –Adoro el perfume que tenes por la mañana- y yo reí ante su ocurrencia para invitarme a hacer el amor.
-¿Es esto una invitación, Lanzani?- y largué una risita divertida.
-Tomalo como quieras- y aunque no vi su cara al hablar, oí la picardía en su voz. Pasaron largos minutos de puro silencio, y supongo que él se cansó de esperarme y buscó mi boca con la suya. Sonreí ampliamente al sentir sus labios sobre los míos, como si estuviésemos haciendo una travesura.
Después de haber dado a luz no habíamos tenido mucho tiempo libre para nosotros. En primer lugar, debimos respetar la famosa cuarentena. Y claro que mis hormonas siempre estaban de festín, desde mi quinto mes de embarazo no habíamos hecho el amor. Y una vez cumplida la obligación –que más de una vez intentamos desobedecer- siempre algo ocurría que no nos permitía disfrutar como estábamos acostumbrados, generalmente lo era el llanto de Pilar. Y todos los pensamientos o las cuentas matemáticas que tejía mi mente se esfumaron al sentir como Peter quitaba mi ropa interior por mis piernas, deslizándola como sólo él sabía hacer. Y no recuerdo en qué momento comencé a perder la cordura. Era una mezcla de felicidad, alegría y pasión.
-Te amo- dijo aún sobre mi cuerpo. Yo estaba tumbada sobre la cama, tapada con la sábana –
ahora un poco arrugada- y él estaba sobre mí y me miraba desde mi panza. Llevaba su mentón
apoyado sobre mi vientre. Tenía la cara colorada,una sonrisa dulce, y estaba tapado con el acolchado, el que caía hasta el fin su espalda.
-Yo también te amo- y le revolví el pelo como si fuese mi pequeño hijo.
-¿Qué te enamoró de mí?- me preguntó con sus ojos chinitos.
-¿Y esa pregunta?
-Quiero saberlo- y bajó la vista pensando que le seguía a esa oración. –Esto... yo todavía no me puedo creer que estés enamorada de mí...
-¡Y como no voy a estar enamorada de vos!-teatralicé y él rió. –Si con esos ojos chinitos enamoras a cualquiera- y entrecerré mis ojos advirtiéndole que ni se le ocurriese coquetear con otra, y él, en respuesta, dejó un beso sobre mi panza por encima de la sábana.
-No me digas que cuando me viste por primera vez tenía ojos chinitos, no me lo creo.
-¡Claro que si! Tenías los ojos más chinitos que nunca, es el efecto de la mañana... aunque con el tiempo me di cuenta que sos chinitos a cada hora- y apretujé sus mejillas y achiné más sus ojos, si aquello era posible.
-¿Sólo eso?
-Convengamos que tu forma de presentarte fue un tanto... ¿ridícula?- y abrió los ojos de par en par, aunque aquello fuese técnicamente imposible por sus ojos chinitos. –Aunque original- y le sonreí tranquila. –Debo admitir que cuando me hablaste y alcé la vista para ver quien eras me partiste el eje- y reímos. –Eras un seductor, Lanzani.
-Lo sigo siendo- y torció su sonrisa.
-Eso crees- y sólo lo hacía para fastidiarlo.
-¿Ah si? ¿Muy segura estás?- y fue inmediato el efecto que causó en mí que acariciase por debajo de la sábana una de mis piernas, con total delicadeza y una lentitud insoportable. -¿Lo ves? Sigo volviéndote loquita, petiza- y lo tomé de los brazos para subirlo a mi altura. Claro que él hizo lo suyo, mi fuerza era muy poca para hacer que su cara quedase junto a la mía.
-¿Y qué te enamoró de mí?- le pregunte colgada de su labio inferior.
-Todo- y me besó.
-Vamos... debe haber algo...
-Todo, mi amor- y lo abracé rodeándole la cabeza. –Aunque... ésta boquita...- y la baba no se le cayó no se por qué motivo. Apretujó mis mejillas y me dio unos cuantos besos chiquitos, de esos que no queres que se terminen nunca.
Y estábamos a punto de hacer el amor una vez más cuando un llanto sordo, corto y desgarrador nos interrumpió. Bufé y en ese preciso instante entendí que ser tres implicaba muchas cosas. Por ejemplo: no poder hacer el amor con Lali con la tranquilidad que quería. Nuestra hija lloraba a cada rato y cualquier mimo, caricia o beso, siempre se veía interrumpido por ella. Lali rió por lo bajo, creo que mi expresión demostró la disconformidad que me producía que ella tuviese que irse de mis brazos en busca de los de Pili. La salir de las sábanas y envolverse en su bata y caminar seductora y provocativamente –adrede, claro- hacia la habitación de la nena. Y segundos después oí su grito. Me paré de la cama y me fui poniendo la ropa interior a medida que iba en su dirección.
-¡¡No respira!! ¡¡No respira, Peter!!- y me zamarreó de manera tal que las ideas se desacomodaron dentro de mi mente. Las tonalidades de la piel de Pilar eran un tanto preocupantes y su pechito no subía y bajaba acompasadamente. Los gritos de Lali fueron tales que comenzó a quedarse sin aire.
-¡¡Te calmas ya!!- y tuve que gritarle y zamarrearla yo también. -¡Ya Mariana!- sus ojos asustados se clavaron en los míos y se volvieron cristalinos. –No me hagas esto, Lali, por favor- e inmediatamente salió en busca de un broncodilatador.
Fue entonces que arropamos a Pilar y Lali la envolvió entre sus brazos. Cada pocos minutos, Pili dejaba de respirar y su carita se volvía de un color azul. El corazón me golpeaba el pecho con fuerza ante cualquier pensamiento desafortunado que tenía el tupé de cruzarse por mi mente. Lali lloraba sin consuelo a la vez que acunaba a nuestra hija en sus brazos. Se que conduje a ciegas, excediendo la velocidad permitida.
Llegamos a la clínica donde trabajaba Federico. Federico Sanguinetti era el médico pediatra de Pilar. Entramos a la guardia, como él nos había indicado cuando lo llamé por teléfono ante el episodio de la nena, y allí lo vimos. Y todo el resto transcurrió en un parpadeo. Dejaron a Pilar dentro de un box dándole nebulizaciones. Nos enteramos que sufría de apnea, el cese de la respiración por algunos segundos cuando duerme. Nada que no pueda controlarse, dijo Federico.
Esa noche la pasamos los dos en la clínica junto a Pili. Ella ya estaba mucho mejor, de hecho tomó el pecho como si nada hubiese sucedido. Y sí, había sido un gran y desafortunado susto.