CAPITULO 33: INVIERNO

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Las vacaciones de invierno transcurrían con total lentitud. Gozábamos de tres completas semanas. La primera de ellas había viajado junto a mi familia a Villa La Angostura. Mis sospechas se habían convertido en una perfecta confirmación. Aquel lugar era el favorito de mamá y papá. Quizás por haber sido el sitio en donde concibieron a sus tres hijos. El invierno era demasiado crudo y el clima del sur del país no colaborada demasiado. No obstante ello hicimos cada cosa que quisimos sin importar la baja temperatura. Si hubo algo que disfruté con ganas, y que disfruto cada vez que viajamos al sur, fue esquiar. Mamá y papá eran dos expertos. Pato se defendía de buena manera al igual que yo. El problema lo tenían Ana y Jimena. Después de tantos años vacacionando allí no se propusieron aprender a esquiar sin caerse dos veces seguidas. Claro esta que con mi hermano caíamos descostillados de risa sobre la nieve impoluta. Ellas se defendían lanzándonos bolas de nieve. Minutos después se sumaban los viejos. Y así, se armaba una verdadera batalla entre la familia. Claro está también, que Candela había viajado con nosotros. Las vacaciones juntas era un hito. Su forma de esquiar se asemejaba más a la de su madrina. Ella sí tenía paciencia para aprender. Al contrario, yo era una acelerada. Textuales palabras de mamá. Quedaban dos semanas por delante cuando estuvimos de vuelta en Buenos Aires. Eugenia y Rocío se habían ido a Mendoza. Tenían mucha familia que esperaban por ellas. No tenían la posibilidad de viajar con la misma frecuencia que lo hacía Peter, dada la distancia. Él se había marchado a Bahía en visita de todos sus amigos.

Aquella tarde iba caminando bajo el sol caliente. Estaba abrigada por demás. Era sábado. El lunes próximo comenzaría la facultad. El invierno sí que me pegaba fuerte. Con mis antecedentes pulmonares y bronquiales, mis ataques de asma eran insoportablemente continuos, por lo que llevaba más a mano que de costumbre el broncodilatador. Llegué a la confitería donde me esperaban mis amigos con una gran chocolatada caliente y facturas. El aspecto externo era de madera oscura barnizada. Era una esquina llena de mesas y sillas del mismo material sobre la vereda. Hacia los costados tenía grandes ventanales debajo de los cuales caían flores pequeñas plantadas sobre canteros de cemento. Tenia techo a dos aguas. Entré dentro y el calorcito del lugar contrastó contra mi piel fría. Mis amigos ya estaban ubicados en la mesa de siempre. Todas las tardes de verano e invierno la pasábamos allí dentro. Éramos el grupo de siempre. De hacía dos años atrás. Faltaban Eugenia, Rocío y Peter.

-¿Frío?- me preguntó Daniela. 

-Esta terrible- dije al tiempo que mis dientes rechinaban unos contra otros.

 -¡Uh sí! Tenes la cara helada- dijo Vico al tiempo que lo saludaba.

 -¿Ya pidieron?- pregunté mientras me sacaba el abrigo y me sentaba de espalda al ventanal entre Mery y Agustín.

 -Sí... lo de siempre- dijo Cande con una sonrisa torcida.

Nos pasamos un buen rato dentro de la confitería. Se estaba increíblemente bien. Nos la pasamos contando anécdotas y recordando viejos momentos. El móvil comenzó a sonarme desaforadamente. Sin ver de quien procedía la llamada atendí al tiempo que masticaba.

-¿Hola? -Hola amor mío. 

-¡¡Peter!!- grité fascinada y dibujé una amplia sonrisa en mi cara. Todos mis amigos me miraron sonriendo con satisfacción. Hacía ya casi tres semanas que no lo veía. Y dos días que no hablábamos.

 -Hola mi amor... ¿Cómo estas?

-Bien... muerta de frío... estoy acá con los chicos merendando en la confitería de siempre...

 -Mandales saludos- me interrumpió. 

–Mucho frío ¿verdad? 

-Muchísimo- dije al tiempo que tomaba un sorbo de mi chocolatada.

AMORES PERROSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora